Finalmente el Presidente de los Estados Unidos decidió visitar América Latina llegando a nuestra región en procura de apoyo para su política externa, pero también para su golpeada imagen dentro de su propio país.
Su periplo por esta parte del mundo, tendrá solamente tres escalas. Estará en El Salvador, Brasil y Chile, para luego retornar a Washington donde le espera una recargada agenda en la que se entremezclan asuntos del Estado de la Unión - como le llaman- con los temas mundiales agravados recientemente por la crisis Libia y los desastres naturales ocurridos en Japón.
Como la vida no espera estos temas serán abordados “al vuelo” por el mandatario de la Casa Blanca mientras su avión despegue de los aeropuertos locales, y el titular del servicio estreche la mano de los Jefes de Estado que habrán de recibirlo.
No es difícil precisar los motivos de la incursión presidencial norteamericana por estos lares y que comenzó ya en Brasil.
La visita al gigante de América Latina resulta sin duda obvia. Aunque el Presidente Lula -en ejercicio de su función- viajó a Washington en el 2009 para visitar la Casa Blanca, su entusiasmo no fue suficientemente compartido por Obama, que resolvió esperar las elecciones de octubre pasado para diseñar su política regional en América Latina. Y es que el hoy Presidente de los Estados Unidos piensa lo mismo que Richard Nixon en la materia: “donde mira Brasil, mira América Latina”
Ahora, entenderse con Dilma Rouseff resulta vital para la administración norteamericana no sólo por el poderío regional y la fuerza de Brasil, sino también porque, presumiblemente, la nueva inquilina de Brasilia tendrá siete años más de gestión gubernativa. Es decir, que excederá, quizá la propia extensión del mandato presidencial de Obama.
Las cosas no saldrán, sin embargo, como el mandatario yanqui habría querido. Una importante presencia suya ante la ciudadanía brasileña, fue abruptamente suspendida. Como lo indican los cables, sin explicar los motivos, el Consulado General de Estados Unidos en Río de Janeiro resolvió cancelar el discurso público del presidente Barack Obama, en esa ciudad brasileña, programado para Cinelandia, en el centro de la llamada Ciudad Maravillosa, y escenario en el pasado de importantes manifestaciones populares y protestas contra la dictadura militar que se impuso en Brasil en la segunda parte del siglo XX.
Y es que desde inicios de la semana, movimientos sociales y sindicatos brasileños convocaron a una gran manifestación de repudio a la visita de Obama, para el mismo sitio donde pensaba pronunciar su suspendido discurso.
La visita a Chile tiene otra connotación. Para Estados Unidos, Chile es una suerte de Israel en América Latina. Instrumento de penetración, pero también fortaleza a su servicio. Para asegurarla en la región, nada mejor -supone Washington- que convertirla en una potencia nuclear poniendo una base en la cercanía de la frontera con Perú, en la zona de Arica.
No otro sentido ha tenido, sin duda, el acuerdo suscrito contra viento y marea por la Casa Blanca y el Palacio de La Moneda no obstante el marcado rechazo de la ciudadanía en el país del sur. Hoy se sabe, en efecto, que sin esperar el arribo del ilustre visitante, el canciller chileno, Alfredo Moreno y el embajador estadounidense en Santiago, Alejandro Wolff, suscribieron el 17 del presente, el llamado "Memorándum de entendimiento y cooperación relativo a la utilización de energía nuclear con fines pacíficos", ratificando la intención de Sebastián Piñera en la materia.
Para todos resulta obvio que luego de la aún inconclusa tragedia nipona, la idea de tener en sus cercanías una estación nuclear, no resulta en absoluto grata, aunque sea portador de ella el Premio Nobel de la Paz, que busca ampliar los escenarios de guerra no sólo en el medio oriente; contrariando a los ambientalistas que, a través de Greenpeace en Chile desplegaron una bandera gigante frente al Palacio de La Moneda en rechazo al desarrollo de la energía nuclear en el país más sísmico del mundo.
Cualquier encuesta que se haga en Chile respecto a la opinión ciudadana en torno a la ubicación de una central nuclear en ese país, contaría sin duda con un resultado categórico: nadie quiere vivir en el extremo sur del continente americano el drama que conmueve al mundo en el extremo oriente. Aunque Obama y Piñera juren que eso no implica riesgo alguno, ni los expertos ni los ciudadanos se muestran dispuestos a creer tamaña mentira.
Particular importancia tendrá, sin duda, el discurso que pronunciará la tarde del lunes 21, y que será -en el fondo y en la forma- un mensaje al subcontinente y una suerte de Carta de Presentación del mandatario USA en la región.
El Salvador -último punto de destino- es, quizá, el lugar natural para celebrar un encuentro con los Jefes de Estado y de Gobierno de los países centroamericanos. Las otras administraciones lucen ahora muy débiles y están afectadas por diversos conflictos referidos a la violación de los Derechos Humanos -como es el caso de Guatemala y Honduras-; o a conflictos limítrofes, como ocurre entre Costa Rica y Nicaragua sometidos temporalmente al arbitraje de la Corte de la Haya por las aguas del río San Juan; o simplemente debilitadas por conflictos de temperamento, como sucede con Panamá y su Presidente Martinelli, que no halla un lenguaje común con otros mandatarios de la región.
Por lo demás Obama es consciente que debe “darle la mano” al Presidente de El Salvador, complicado como está con el partido que lo ungiera como Jefe de Estado en las pasadas elecciones.
Y es que es público el distanciamiento entre el periodista- presidente y el Farabundo Martí para la Liberación Nacional, que depuso las armas y ganó las elecciones no para administrar la crisis que le dejaran en herencia las fuerzas reaccionarias representadas por ARENA, sino para cambiar el escenario nacional abriendo un cauce a la transformación democrática del país.
Diferencias de estilo, pero también de criterio se reflejan en el quehacer de los actores salvadoreños, que no hacen presagiar un escenario calmo en la perspectiva. Y Obama debe tomar sus precauciones.
Los analistas de la política latinoamericana, al mismo tiempo que han subrayado las razones de Washington para incluir en este periplo a determinados países; también se han detenido en explicar las exclusiones más notorias programadas por el jefe de la Casa Blanca. Y de inmediato, han brotado dos: Argentina, y Colombia. Nosotros -y no sólo por peruanos- podríamos añadir también nuestro país.
El caso argentino constituye ciertamente una toma de distancia con relación al gobierno de la señora Kichner. Para las autoridades de Norteamérica, la administración de Buenos Aires desarrolla iniciativas que no se compaginan con sus intereses. Por eso les resulta mejor esperar las elecciones de octubre próximo con la idea de que -a lo mejor- tal vez Macri o algún otro gonfalonero de la embajada yanqui pudiera estar más a gusto del tío Sam.
Bogotá resulta más complicada. Quizá si Uribe hubiese seguido siendo el presidente colombiano, la visita del Presidente de los Estados Unidos, hubiese asomado en agenda. Pero pareciera que con Santos, hay algunos elementos de desconfianza que afloran, o que aconsejan al señor Obama a guardar prudencia.
Probablemente las reiteradas denuncias referidas a la colusión entre las autoridades del gobierno de Colombia y el narcotráfico; o las poco conocidas conversaciones entre la administración Santos y mediadores de la guerrilla de las FARC que posibilitaran la liberación de algunos rehenes en el pasado reciente, habrían suscitado suspicacias en la materia.
En cuanto al Perú, la cosa tiene otro carácter: se trata de un severo golpe al descomunal ego del Presidente García, que habría dado el cielo -y hasta varios kilos de su hoy voluminoso vientre- por encontrarse con Barack Obama en Lima, en víspera de concluir su mandato.
Las razones del fuerte no son siempre las razones del débil. Y probablemente para el presidente de los Estados Unidos los anhelos de García carecen de importancia. El gobierno norteamericano mira con desconfianza las elecciones del 10 de abril -virtualmente ad portas- y prefiere callar antes de comprometer un mensaje que, de pronto, va a ser contestado por la ciudadanía en las urnas.
Independientemente de los temas de agenda que el señor Obama traiga a nuestros lares, hay asuntos que deben plantearse y que, sin duda, resonarán en un coro multitudinario de voces en todas partes. Nos referimos a la dramática situación de los migrantes en los Estados Unidos, amenazados por leyes simplemente discriminatorias y abusivas; y el caso de los 5 héroes cubanos encarcelados desde hace más de 12 años en celdas de castigo en los Estados Unidos. Como bien dijera Ricardo Alarcón, el infatigable diplomático cubano, los nombres de René, Fernando, Ramón, Antonio y Gerardo, habrán de caer como una maldición gitana sobre los hombros de Barack Obama en cada una de las plazas de nuestro continente.
Su periplo por esta parte del mundo, tendrá solamente tres escalas. Estará en El Salvador, Brasil y Chile, para luego retornar a Washington donde le espera una recargada agenda en la que se entremezclan asuntos del Estado de la Unión - como le llaman- con los temas mundiales agravados recientemente por la crisis Libia y los desastres naturales ocurridos en Japón.
Como la vida no espera estos temas serán abordados “al vuelo” por el mandatario de la Casa Blanca mientras su avión despegue de los aeropuertos locales, y el titular del servicio estreche la mano de los Jefes de Estado que habrán de recibirlo.
No es difícil precisar los motivos de la incursión presidencial norteamericana por estos lares y que comenzó ya en Brasil.
La visita al gigante de América Latina resulta sin duda obvia. Aunque el Presidente Lula -en ejercicio de su función- viajó a Washington en el 2009 para visitar la Casa Blanca, su entusiasmo no fue suficientemente compartido por Obama, que resolvió esperar las elecciones de octubre pasado para diseñar su política regional en América Latina. Y es que el hoy Presidente de los Estados Unidos piensa lo mismo que Richard Nixon en la materia: “donde mira Brasil, mira América Latina”
Ahora, entenderse con Dilma Rouseff resulta vital para la administración norteamericana no sólo por el poderío regional y la fuerza de Brasil, sino también porque, presumiblemente, la nueva inquilina de Brasilia tendrá siete años más de gestión gubernativa. Es decir, que excederá, quizá la propia extensión del mandato presidencial de Obama.
Las cosas no saldrán, sin embargo, como el mandatario yanqui habría querido. Una importante presencia suya ante la ciudadanía brasileña, fue abruptamente suspendida. Como lo indican los cables, sin explicar los motivos, el Consulado General de Estados Unidos en Río de Janeiro resolvió cancelar el discurso público del presidente Barack Obama, en esa ciudad brasileña, programado para Cinelandia, en el centro de la llamada Ciudad Maravillosa, y escenario en el pasado de importantes manifestaciones populares y protestas contra la dictadura militar que se impuso en Brasil en la segunda parte del siglo XX.
Y es que desde inicios de la semana, movimientos sociales y sindicatos brasileños convocaron a una gran manifestación de repudio a la visita de Obama, para el mismo sitio donde pensaba pronunciar su suspendido discurso.
La visita a Chile tiene otra connotación. Para Estados Unidos, Chile es una suerte de Israel en América Latina. Instrumento de penetración, pero también fortaleza a su servicio. Para asegurarla en la región, nada mejor -supone Washington- que convertirla en una potencia nuclear poniendo una base en la cercanía de la frontera con Perú, en la zona de Arica.
No otro sentido ha tenido, sin duda, el acuerdo suscrito contra viento y marea por la Casa Blanca y el Palacio de La Moneda no obstante el marcado rechazo de la ciudadanía en el país del sur. Hoy se sabe, en efecto, que sin esperar el arribo del ilustre visitante, el canciller chileno, Alfredo Moreno y el embajador estadounidense en Santiago, Alejandro Wolff, suscribieron el 17 del presente, el llamado "Memorándum de entendimiento y cooperación relativo a la utilización de energía nuclear con fines pacíficos", ratificando la intención de Sebastián Piñera en la materia.
Para todos resulta obvio que luego de la aún inconclusa tragedia nipona, la idea de tener en sus cercanías una estación nuclear, no resulta en absoluto grata, aunque sea portador de ella el Premio Nobel de la Paz, que busca ampliar los escenarios de guerra no sólo en el medio oriente; contrariando a los ambientalistas que, a través de Greenpeace en Chile desplegaron una bandera gigante frente al Palacio de La Moneda en rechazo al desarrollo de la energía nuclear en el país más sísmico del mundo.
Cualquier encuesta que se haga en Chile respecto a la opinión ciudadana en torno a la ubicación de una central nuclear en ese país, contaría sin duda con un resultado categórico: nadie quiere vivir en el extremo sur del continente americano el drama que conmueve al mundo en el extremo oriente. Aunque Obama y Piñera juren que eso no implica riesgo alguno, ni los expertos ni los ciudadanos se muestran dispuestos a creer tamaña mentira.
Particular importancia tendrá, sin duda, el discurso que pronunciará la tarde del lunes 21, y que será -en el fondo y en la forma- un mensaje al subcontinente y una suerte de Carta de Presentación del mandatario USA en la región.
El Salvador -último punto de destino- es, quizá, el lugar natural para celebrar un encuentro con los Jefes de Estado y de Gobierno de los países centroamericanos. Las otras administraciones lucen ahora muy débiles y están afectadas por diversos conflictos referidos a la violación de los Derechos Humanos -como es el caso de Guatemala y Honduras-; o a conflictos limítrofes, como ocurre entre Costa Rica y Nicaragua sometidos temporalmente al arbitraje de la Corte de la Haya por las aguas del río San Juan; o simplemente debilitadas por conflictos de temperamento, como sucede con Panamá y su Presidente Martinelli, que no halla un lenguaje común con otros mandatarios de la región.
Por lo demás Obama es consciente que debe “darle la mano” al Presidente de El Salvador, complicado como está con el partido que lo ungiera como Jefe de Estado en las pasadas elecciones.
Y es que es público el distanciamiento entre el periodista- presidente y el Farabundo Martí para la Liberación Nacional, que depuso las armas y ganó las elecciones no para administrar la crisis que le dejaran en herencia las fuerzas reaccionarias representadas por ARENA, sino para cambiar el escenario nacional abriendo un cauce a la transformación democrática del país.
Diferencias de estilo, pero también de criterio se reflejan en el quehacer de los actores salvadoreños, que no hacen presagiar un escenario calmo en la perspectiva. Y Obama debe tomar sus precauciones.
Los analistas de la política latinoamericana, al mismo tiempo que han subrayado las razones de Washington para incluir en este periplo a determinados países; también se han detenido en explicar las exclusiones más notorias programadas por el jefe de la Casa Blanca. Y de inmediato, han brotado dos: Argentina, y Colombia. Nosotros -y no sólo por peruanos- podríamos añadir también nuestro país.
El caso argentino constituye ciertamente una toma de distancia con relación al gobierno de la señora Kichner. Para las autoridades de Norteamérica, la administración de Buenos Aires desarrolla iniciativas que no se compaginan con sus intereses. Por eso les resulta mejor esperar las elecciones de octubre próximo con la idea de que -a lo mejor- tal vez Macri o algún otro gonfalonero de la embajada yanqui pudiera estar más a gusto del tío Sam.
Bogotá resulta más complicada. Quizá si Uribe hubiese seguido siendo el presidente colombiano, la visita del Presidente de los Estados Unidos, hubiese asomado en agenda. Pero pareciera que con Santos, hay algunos elementos de desconfianza que afloran, o que aconsejan al señor Obama a guardar prudencia.
Probablemente las reiteradas denuncias referidas a la colusión entre las autoridades del gobierno de Colombia y el narcotráfico; o las poco conocidas conversaciones entre la administración Santos y mediadores de la guerrilla de las FARC que posibilitaran la liberación de algunos rehenes en el pasado reciente, habrían suscitado suspicacias en la materia.
En cuanto al Perú, la cosa tiene otro carácter: se trata de un severo golpe al descomunal ego del Presidente García, que habría dado el cielo -y hasta varios kilos de su hoy voluminoso vientre- por encontrarse con Barack Obama en Lima, en víspera de concluir su mandato.
Las razones del fuerte no son siempre las razones del débil. Y probablemente para el presidente de los Estados Unidos los anhelos de García carecen de importancia. El gobierno norteamericano mira con desconfianza las elecciones del 10 de abril -virtualmente ad portas- y prefiere callar antes de comprometer un mensaje que, de pronto, va a ser contestado por la ciudadanía en las urnas.
Independientemente de los temas de agenda que el señor Obama traiga a nuestros lares, hay asuntos que deben plantearse y que, sin duda, resonarán en un coro multitudinario de voces en todas partes. Nos referimos a la dramática situación de los migrantes en los Estados Unidos, amenazados por leyes simplemente discriminatorias y abusivas; y el caso de los 5 héroes cubanos encarcelados desde hace más de 12 años en celdas de castigo en los Estados Unidos. Como bien dijera Ricardo Alarcón, el infatigable diplomático cubano, los nombres de René, Fernando, Ramón, Antonio y Gerardo, habrán de caer como una maldición gitana sobre los hombros de Barack Obama en cada una de las plazas de nuestro continente.