Carlos Garrido Chalén(*)
El orgulloso armiño blanco o “mustela erminea”, es uno de los carnívoros más pequeños del mundo, pero también uno de los más sanguinarios. Vive generalmente en los bosques y estepas de Europa y suele establecer su domicilio bajo un montón de piedras o en una madriguera cuidadosamente disimulada en el corazón de un matojo espinoso. Tiene el cuerpo alargado y extraordinariamente flexible. Se parece mucho a la comadreja, pero es de mayor tamaño. No se sabe si es nocturno o diurno, ya que es imposible observarle en todo momento del día o de la noche. Pasa el día en varias fases de actividad entrecortada por periodos de sueño más o menos prolongados. Es terrestre y no trepa, aunque está dotado de una gran agilidad y salta maravillosamente. En la llanura y en las regiones meridionales, conserva su pelaje marrón con el vientre blanco durante todo el año. En la montaña y en las regiones más frías cambia después de su muda de otoño, volviéndose enteramente blanco. Solamente el remate de su cola permanece siempre negro.
Sin embargo, tiene una característica que ya la quisieran nuestros políticos del Perú y América: se cuida mucho que nada ensucie su inmaculada piel.
Como los cazadores conocen esa peculiaridad, se aprovechan de ella de manera poco elegante. Riegan basura dentro y alrededor de su refugio. Cuando comienza la cacería, sueltan los perros y el armiño corre en busca de su hogar.
Al encontrarse con toda esa porquería,el animalito da vuelta y enfrenta con valor a la jauría. Prefiere manchar la piel con su sangre, antes que ensuciarla en la putrefacta estancia del asqueroso basural.
Muchos sujetos inescrupulosos no temen el basural. No porque sean limpios, sino porque viven en él y en sus cortinas de deshonestidad y corrupción. Trampean asociados con el mejor postor y delinquen con pasmosa “normalidad”, víctimas de su cínica costumbre en el errado concepto de que las oportunidades no se desprecian, aunque vengan del fango y la maldad. Identificarlos es prioritario y merecen nuestro más enfático desprecio.
Sin embargo, tiene una característica que ya la quisieran nuestros políticos del Perú y América: se cuida mucho que nada ensucie su inmaculada piel.
Como los cazadores conocen esa peculiaridad, se aprovechan de ella de manera poco elegante. Riegan basura dentro y alrededor de su refugio. Cuando comienza la cacería, sueltan los perros y el armiño corre en busca de su hogar.
Al encontrarse con toda esa porquería,el animalito da vuelta y enfrenta con valor a la jauría. Prefiere manchar la piel con su sangre, antes que ensuciarla en la putrefacta estancia del asqueroso basural.
Muchos sujetos inescrupulosos no temen el basural. No porque sean limpios, sino porque viven en él y en sus cortinas de deshonestidad y corrupción. Trampean asociados con el mejor postor y delinquen con pasmosa “normalidad”, víctimas de su cínica costumbre en el errado concepto de que las oportunidades no se desprecian, aunque vengan del fango y la maldad. Identificarlos es prioritario y merecen nuestro más enfático desprecio.