Primero lo intentaron con Hugo Chávez, después con Evo Morales, ahora con Correa. Es urgente que esos países que están desarrollando procesos de emancipación, adopten medidas drásticas si, como dicen, pretenden alcanzar la meta del socialismo. Vamos por partes. Desde un punto de vista marxista hay dos tipos de democracias: la burguesa y la obrera. En la democracia burguesa se permite opinar siempre que el derecho a decidir esté reservado a la oligarquía, es decir, lo que se conoce como poder fáctico. Hagamos como ellos, obviamente en las formas, no en el fondo.
Que en las llamadas democracias participativas multipartidistas, el poder fáctico sea el pueblo, vinculado a un ejército y policía del pueblo, siempre alerta para impedir por la fuerza que la burguesía, gobernando eventualmente, entregue el país al imperialismo. O eso, o un sistema de partido obrero único, donde la burguesía carezca de opción de gobierno, acate la voluntad mayoritaria del pueblo o se largue con viento fresco. Los burgueses cuando ven peligrar sus intereses no tienen escrúpulos en recurrir a la fuerza y oprimir a la mayoría (obreros y campesinos) en beneficio de una minoría (oligarcas), justo lo contrario de la definición básica de la democracia.
Lo sucedido ayer en Ecuador, y antes en Venezuela y Bolivia, demuestra la inviabilidad de una política de conciliación de clases porque los intereses son antagónicos. Así no será posible lograr ni el socialismo del siglo veintiuno ni el del siglo cincuenta. Ese era ya- hace dos años- mi punto de vista, plasmado en el artículo “Socialismo del siglo XXI: Un espejismo conciliador” (*). La actualidad me da razones para seguir pensando igual que entonces.
Que en las llamadas democracias participativas multipartidistas, el poder fáctico sea el pueblo, vinculado a un ejército y policía del pueblo, siempre alerta para impedir por la fuerza que la burguesía, gobernando eventualmente, entregue el país al imperialismo. O eso, o un sistema de partido obrero único, donde la burguesía carezca de opción de gobierno, acate la voluntad mayoritaria del pueblo o se largue con viento fresco. Los burgueses cuando ven peligrar sus intereses no tienen escrúpulos en recurrir a la fuerza y oprimir a la mayoría (obreros y campesinos) en beneficio de una minoría (oligarcas), justo lo contrario de la definición básica de la democracia.
Lo sucedido ayer en Ecuador, y antes en Venezuela y Bolivia, demuestra la inviabilidad de una política de conciliación de clases porque los intereses son antagónicos. Así no será posible lograr ni el socialismo del siglo veintiuno ni el del siglo cincuenta. Ese era ya- hace dos años- mi punto de vista, plasmado en el artículo “Socialismo del siglo XXI: Un espejismo conciliador” (*). La actualidad me da razones para seguir pensando igual que entonces.
(*) Socialismo del siglo XXI: Un espejismo conciliador
En América Latina se están produciendo unos cambios políticos que algunos consideran -un tanto alegremente- socialistas. Creo que, por ahora, ese proceso de transformación no puede ser interpretado como socialismo en el sentido absoluto del término, pues lo que pretende es revisar las relaciones con los países industrializados para que éstas se realicen en un plano de igualdad, y también sacudirse el yugo imperialista (algo de lo que me alegro infinito por razones obvias), para que las naciones puedan desarrollarse sin tutelas ajenas. Dichos cambios cuentan con el apoyo de las capas populares, y de una escasa clase media próxima a desaparecer, debido a las políticas económicas impuestas desde el exterior.
Siempre saludaré con simpatía cualquier forma de lucha antiimperialista, sea atea, adore a Alá, a Dios o a una piedra; por tanto no está de más recordar que los cambios que se dan en Latinoamérica están favorecidos por la resistencia armada de los pueblos de Oriente Medio, que impide al imperialismo desviar recursos a otros lugares, a lo que hay que añadir las contradicciones latentes entre los propios imperialistas, pues por mucho que guarden las apariencias mediante alianzas coyunturales, dentro de su barbarie no existen amigos ni aliados fiables. Esa lucha armada (que según dicen, no sirve porque pasó a la historia), ha beneficiado a Venezuela, Bolivia y Ecuador.
Venezuela -país donde se originaron los cambios- está llevando a cabo una revolución nacionalista, donde harían bien en comenzar ya a cortarle las alas a la burguesía, para que el proceso devenga en revolución socialista (si como dicen, ese es el fin) y arribar a una democracia popular. Lamentablemente, parece que han optado por una política de conciliación entre clases históricamente antagónicas, lo que, además de absurda, es una táctica casi suicida, pues refuerza a una oligarquía que tiene por objetivo, eliminar físicamente a Hugo Chávez. La contradicción entre burguesía y proletariado, continuará mientras exista la propiedad privada y los privilegios derivados de la explotación. Si el ideario del “socialismo del siglo XXI” implica la concertación con el enemigo de clase, no le veo futuro alguno.
Ese socialismo -asumido por pacifistas, reformistas y ciertos intelectuales- está provocando confusión en la clase obrera, pues plantea que para alcanzar una sociedad libre de explotación y sin clases, es necesario pasar por una etapa donde coexistirían en armonía, propiedad privada y pública, burguesía y clase obrera, todo ello vertebrado por un sistema electoral supuestamente pluripartidista, proclive a la manipulación. Mientras tanto, los oligarcas contemplarían plácidamente su extinción como si fueran idiotas. El capitalismo es invariable, así lo determina su esencia, por esa razón han regresado las guerras coloniales, los genocidios y toda clase de desmanes. Para colmo tienen la intención de implantar una jornada laboral similar a la que existía en 1870.¿Quién puede conciliar con todo eso?
La lucha de clases sigue tan presente como hace cien años, y se está agudizando a causa del desmedido aumento de la explotación. Si tenemos en cuenta las miserables condiciones de vida que padece la inmensa mayoría de la población mundial, poco hay que cambiar en el socialismo “clásico”, excepto tratar de impedir que se repita el gravísimo error de quitar al pueblo la potestad soberana de tomar decisiones, lo que propició el surgimiento de una casta de burócratas revisionistas, que causaron la desaparición del campo socialista.
En 1966, Ernesto “Che” Guevara dirigió un mensaje a la Conferencia Tricontinental de La Habana, donde abogaba por la guerra permanente contra el imperialismo capitalista que, esencialmente, es el mismo de hoy. Sin embargo, algunos parecen querer imitar a los socialdemócratas, para repetir el papel que aquellos desempeñaron en el pasado, y fantasean con un espejismo conciliador denominado “socialismo del siglo XXI”. Mientras tanto, el capitalismo, más agresivo que nunca, más criminal que nunca, abandona su modernidad y regresa al siglo XIX, para intentar perpetuarse. ¡Qué paradoja!
Siempre saludaré con simpatía cualquier forma de lucha antiimperialista, sea atea, adore a Alá, a Dios o a una piedra; por tanto no está de más recordar que los cambios que se dan en Latinoamérica están favorecidos por la resistencia armada de los pueblos de Oriente Medio, que impide al imperialismo desviar recursos a otros lugares, a lo que hay que añadir las contradicciones latentes entre los propios imperialistas, pues por mucho que guarden las apariencias mediante alianzas coyunturales, dentro de su barbarie no existen amigos ni aliados fiables. Esa lucha armada (que según dicen, no sirve porque pasó a la historia), ha beneficiado a Venezuela, Bolivia y Ecuador.
Venezuela -país donde se originaron los cambios- está llevando a cabo una revolución nacionalista, donde harían bien en comenzar ya a cortarle las alas a la burguesía, para que el proceso devenga en revolución socialista (si como dicen, ese es el fin) y arribar a una democracia popular. Lamentablemente, parece que han optado por una política de conciliación entre clases históricamente antagónicas, lo que, además de absurda, es una táctica casi suicida, pues refuerza a una oligarquía que tiene por objetivo, eliminar físicamente a Hugo Chávez. La contradicción entre burguesía y proletariado, continuará mientras exista la propiedad privada y los privilegios derivados de la explotación. Si el ideario del “socialismo del siglo XXI” implica la concertación con el enemigo de clase, no le veo futuro alguno.
Ese socialismo -asumido por pacifistas, reformistas y ciertos intelectuales- está provocando confusión en la clase obrera, pues plantea que para alcanzar una sociedad libre de explotación y sin clases, es necesario pasar por una etapa donde coexistirían en armonía, propiedad privada y pública, burguesía y clase obrera, todo ello vertebrado por un sistema electoral supuestamente pluripartidista, proclive a la manipulación. Mientras tanto, los oligarcas contemplarían plácidamente su extinción como si fueran idiotas. El capitalismo es invariable, así lo determina su esencia, por esa razón han regresado las guerras coloniales, los genocidios y toda clase de desmanes. Para colmo tienen la intención de implantar una jornada laboral similar a la que existía en 1870.¿Quién puede conciliar con todo eso?
La lucha de clases sigue tan presente como hace cien años, y se está agudizando a causa del desmedido aumento de la explotación. Si tenemos en cuenta las miserables condiciones de vida que padece la inmensa mayoría de la población mundial, poco hay que cambiar en el socialismo “clásico”, excepto tratar de impedir que se repita el gravísimo error de quitar al pueblo la potestad soberana de tomar decisiones, lo que propició el surgimiento de una casta de burócratas revisionistas, que causaron la desaparición del campo socialista.
En 1966, Ernesto “Che” Guevara dirigió un mensaje a la Conferencia Tricontinental de La Habana, donde abogaba por la guerra permanente contra el imperialismo capitalista que, esencialmente, es el mismo de hoy. Sin embargo, algunos parecen querer imitar a los socialdemócratas, para repetir el papel que aquellos desempeñaron en el pasado, y fantasean con un espejismo conciliador denominado “socialismo del siglo XXI”. Mientras tanto, el capitalismo, más agresivo que nunca, más criminal que nunca, abandona su modernidad y regresa al siglo XIX, para intentar perpetuarse. ¡Qué paradoja!
Fuente:ARGENPRESS
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