Por: Antenor Maraví Izarra(*)
Hoy se cumple 30 años del cruel asesinato de ocho periodistas peruanos en Uchuraccay, cuya alevosía, envuelta en los dolientes
años de la dramática violencia que confrontó el país, y en particular
Ayacucho, dio vueltas al mundo, causando variadas interrogantes sobre
los autores intelectuales o los que directamente perpetraron esta
terrible vesania, impidiendo con tanta crueldad, la sagrada misión que
compartieron solidariamente en la búsqueda de informar y decir la verdad
de cuanto acontecía en aquellos tiempos de hondo dolor.
Tras
esta violencia, como un caso sui géneris, al mismo tiempo
controversial, no faltaron quienes aprovechando la humildad y los
rostros inocultables de su inmemorial exclusión socio económica del que
insoslayablemente adolecían los lugareños, urdieron variadas
patrañas, entre otros, acusándolos a los comuneros de haber dado muerte
a los ocho periodistas, exculpando de toda causa a los militares
acantonados en la zona, de cuyas resultantes dos comuneros fueron
sentenciados a 15 años de prisión injusta.
Lo
cierto es que, a lo largo de estas tres décadas, en variadas
declaraciones y acumulaciones de indicios aportados por los moradores de
las zonas adyacentes a Uchuraccay, y las confesiones de los familiares
directos de los supuestos victimarios, los líderes de la comunidad fueron inducidos a autoinculparse.
En
la entrevista televisiva, efectuada el día de ayer por Beto Ortiz, al
autor del libro: "Memorias de un soldado", Lurgio Gavilán Sánchez, (ex
senderista, ex soldado y ex sacerdote franciscano, copartícipe de los
años difíciles que imperó en los años 80 y 90), hoy convertido en
antropólogo, señaló ante las cámaras de la TV, que cuando era soldado,
entre otras actividades bélicas, sus jefes militares les enseñaron a
beber sangre humana y cotidianamente cambiar de atuendo de acuerdo a las
circunstancias.
Sin
embargo, a pesar de estas luces que, de cuando en cuando parpadean en
la afirmación de la verdad, duele que algunos peruanos sigan motejando a
los que dicen la verdad como apologistas del sensacionalismo y la
mentira. Los dolorosos años de la irracional violencia que confrontó el
país siguen lacerantes en la memoria del pueblo, y como
tal, debemos honrar con hechos plausibles a los mártires de Uchuraccay y
otros tantos, héroes anónimos que ofrendaron sus vidas en la defensa
del Estado de derecho y la democracia al real servicio de las
aspiraciones superiores del pueblo peruano.
En esta perspectiva, para quiénes de alguna manera tenemos la posibilidad de acceder a los medios de comunicación, debe ser una oportunidad para reafirmar nuestro compromiso ético moral en
la defensa de la verdad, pues una nación tan afectada por la violencia,
la impunidad y la corrupción como la nuestra, no podrá reconciliarse
sino es en base a la verdad y la justicia.