Gustavo Espinoza
Pareciera que para la derecha peruana el que Ollanta Humala lidere las encuestas para los comicios del 10 de abril equivale a varios terremotos y tsunamis juntos. Probablemente influida, y aterrada, por los estragos de la tragedia nipona, ve en el candidato presidencial de Gana Perú una amenaza mayor que la explosión de la central nuclear de Fukushima y grita desesperadamente pidiendo el auxilio del mundo. No de otro modo puede interpretarse lo que ocurre aquí: bastó que el domingo por la noche las principales encuestadoras dieran sus reportes ubicando al Comandante en el primer lugar de las preferencias electorales con un 23.1%, para que a primera hora del día siguiente se anunciara el más singular de los cataclismos financieros: Cayó la bolsa de valores, se disparó el precio del dólar, cundió el pánico en los mercados, subió el precio de los artículos de primera necesidad, el costo de los alimentos voló por los aires, se retrajo la inversión externa, asomó en el escenario el peligro de la más desbocada inflación. Fue ese, a partir de allí el coro ululante de la radio, la televisión y la prensa de la Clase Dominante. Pareciera entonces que hubiesen caído sobre los peruanos las maldiciones del infierno y que el diluvio universal hubiese quedado convertido en una inundación de pacotilla, comparado a lo que se vendría después de contar los votos de la jornada electoral que se avecina. Todos los segmentos de la derecha tradicional dispararon fuego graneado a partir del lunes 28 de marzo con el propósito de intimidar al electorado a fin que “se arrepienta”, y no cometa “el increíble error” de votar por Ollanta Humala.
En forma paralela la derecha se lamentó por la dispersión de su electorado, dividido hoy como está en cuatro opciones que compiten entre si; contrariando el optimismo que antes la llevara a asegurar que ese escenario le era altamente favorable porque le permitía “escoger en democracia” la alternativa más justa para el efecto de la “afirmación del proceso” Y es que, en efecto, en el plano electoral las cosas marcharon por un carril distinto al originalmente previsto: la cantada división de la izquierda, se convirtió en unidad; y el pluralismo de la derecha, en dispersión. Hoy Ollanta corre virtualmente solo, enfrentado a Toledo, Castañeda, Keiko Fujimori y Pedro Pablo Kuczynski los cuatro equinos del Imperio. Con maniobras sutiles -aunque en su momento costosas, y hasta injustas- en su momento Ollanta Humala se dio maña para dejar en el camino a sus competidores reales en el campo popular.
Alberto Pizango, el Padre Arana y hasta el Movimiento Nueva Izquierda -el MNI- debieron abandonar la carrera electoral pagando un alto precio por ambiciones desmedidas, o cálculos mal hechos. Después -y más recientemente- Manuel Rodríguez Cuadros -el candidato negado de Susana Villarán- abandonó la contienda. Así, Humala quedó sólo en el bolo galopando por fuera mientras sus adversarios se mordían con fiereza. Hoy, en los predios de la Clase Dominante surgen voces urgiendo a los representantes de sus intereses que “depongan sus ambiciones” y se unan. Incluso, no han faltado quienes solicitaran la renuncia de unos, en beneficio de otros, para “cerrarle el paso” al candidato “anti-sistema”. Lo malo -para ellos- es que ese camino luce inviable. Cuando a cada uno de los cuatro gonfaloneros de la reacción les plantearon el tema de la renuncia, dijeron estar de acuerdo, con una sola condición: que renuncien los demás. Esa fue la versión de Toledo, Castañeda, la Keiko y Kuczynski que no encontró más camino que marchar presto a la sede de la embajada USA en Lima para dejar allí su Pasaporte yanqui en señal de repudio de la nacionalidad que juró asumir hace algunos años y que sin duda guarda celosamente en su corazón. Más desesperados que todos, los voceros del influyente y poderoso Grupo “El Comercio”, pusieron las páginas de sus publicaciones a disposición de la artillería pesada del anti humalismo. Y así salió una nueva versión de la Apocalipsis made in Perú.
En el extremo, el director del diario Correo, después de proclamar un “Día Negro” para el Perú, resolvió apuntalar a dos de los candidatos de la derecha para que ambos derroten a Humala en la primera vuelta y compitan entre si en la segunda. Fracasará en toda la línea, sin duda. Vale la pena, sin embargo, señalar que esta desesperación ha puesto en evidencia algo que se sospechaba desde antes, pero en torno a la cual no existía certeza: la derecha está dispuesta a votar incluso por la Mafia Fujimorista con tal de cerrarle el paso al cambio. “Lobo disfrazado de cordero” le han dicho en todos los tonos al candidato de Gana Perú, exigiéndole un requisito mínimo: que maldiga a Hugo Chávez. Sino, es porque “sigue siendo el mismo”. Poner al Presidente de Venezuela en el centro del debate nacional es uno de los sueños más caros de la reacción. Con marcada ironía, un caricaturista local asegura que hay quienes están dispuestos a otorgar el Premio Pulitzer al periodista que le haga decir: “Hugo Chávez es un dictador” al candidato Ollanta Humala. El líder de Gana Perú ha tomado, por cierto, distancia de Caracas. Y en más de una ocasión se ha esforzado en precisar que su camino “es distinto” al camino de Chávez. Pero nada de eso luce suficiente.
Le exigen que condene al mandatario venezolano. Y si lo hace, dirán que miente, para engañar al electorado. Lo real es que el escenario electoral peruano ya dio un vuelco. Se afirmó la demanda popular que clama por el cambio de un “modelo” que agobia a los peruanos desde hace más de dos décadas y que solo ha incrementado el hambre y la miseria de millones. ¿Qué hay peruanos que hoy viven mejor antes? ¡Sin duda!. Incluso, mucho mejor que antes. Pero esos, son la minoría de la sociedad. El núcleo privilegiado que habita a la sombra del Poder y que busca perpetuar su dominio a cualquier precio. La mayoría de los peruanos no vive mejor, sino peor que antes. Porque a la miseria que lo agobia, se suma la incertidumbre, la inseguridad y el miedo. Mientras la primera, es producto del neo liberalismo impuesto por el Fondo Monetario bajo el ala de Alberto Fujimori, los otros son el derivado social de una crisis que no tiene remedio en el marco de la sociedad actual. Y eso es lo que se ha demostrado -le guste o no a la derecha peruana- en Bolivia, Ecuador, Venezuela y Nicaragua, para no hablar de Cuba, a fin de no espantar más a nuestros adversarios hoy al borde del soponcio Ollanta Humala se esmera en asegurar que no busca salir del capitalismo.
“La política económica que me comprometo a implementar respetará nuestros compromisos internacionales, independientemente de las opiniones que nos provocó en su momento tal o cual de esos acuerdos y tratados. Desde el momento en que los mismos fueron firmados, ellos no pueden ser unilateralmente cuestionados o revisados, salvo cuando cláusulas específicas así lo autoricen o cuando una flagrante ilegalidad precedió a su adopción”, dijo respondiendo la campaña desatada contra su candidatura, al mismo tiempo que reiteró su compromiso con la llamada “libertad de prensa” y con el “pluralismo” que le reclaman. Pero tampoco le creen. Es mucho, por cierto, lo que está en juego en el Perú de hoy. Y eso, no interesa solamente a los peruanos. También al concierto internacional. Sobre todo ahora cuando el señor García busca suscribir un inconsulto “acuerdo” con las administraciones de Santiago, Bogotá, San José y Ciudad de México, construyendo un “eje” de dominación continental ciertamente supeditado al mandato yanqui. No solo la suerte de los peruanos se juega el 10 de abril. También la de una región del mundo que busca afirmar un camino solidario que le ayude a enfrentar los retos de nuestro tiempo. La unidad que se demanda, para esta lucha, no debe ser solo la unidad nuestra. Debe ser también la unidad de los hombres y mujeres de nuestro continente enfrentados a los mismos retos y empeñados en las mismas tareas.
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