En la región Ica, en estos últimos cuatro años, en materia de defensa y salvaguarda del patrimonio cultural y religioso, sin duda alguna, hay mucho pan por rebanar y exigir cuentas a los responsables de su custodia y conducción.
Hay un antes y después del último y dramático terremoto que afectó a la gran mayoría de los templos católicos del ámbito jurisdiccional, en los que urge mirar sin apasionamientos ese después, colocándolo no solo en el fiel de la balanza, sino en el real contrapeso de las graves y preocupantes secuelas dejadas en materia de protección y conservación, la gran mayoría de los templos, muchos de ellos emblemáticos, que datan de la época colonial, han sido literalmente borrados del mapa, y lo patético de esta suma de templos devastados, - calificadas como reliquias patrimoniales – es que la jerarquía eclesiástica de la diócesis de Ica, no ha movido una sola paja ni ha fomentado cruzada alguna por restaurar o reconstruir estos templos con el concurso de la feligresía y las autoridades pertinentes de cada provincia.
Esta incomunicación y la aparente renuencia a la concertación y diálogo con el pueblo católico, lamentablemente no es sino la confirmación de que las actuales autoridades eclesiásticas de Ica estarían manejando mecanismos anacrónicos y obsoletos, y esto es inaceptable, en estos tiempos de cambio y renovación que proclama la nueva iglesia con rostro humano, y como tal, es considerado como el templo superior de la creación divina. Es hora de que la jerarquía, los sacerdotes y religiosas de Ica, salgan de los templos y sus cuarteles de oraciones, y compartir las exigencias y avatares del pueblo.
En el caso específico del emblemático Santuario de Luren, de veras, irrita el alma y provoca bronca, contemplar cuasi inermes y sumisos, una montaña de escombros y desmontes levantados en el frontis, como un monumento irreverente a la venerada imagen del Señor de Luren, atrio memorable, en el que, siempre se ha dado el solemne inicio a la tradicional procesión del Cristo moreno por las calles iqueñas, alimentada en la mirada implorante, llenas de lágrimas y oraciones de hombres y mujeres, ancianos y niños, de los más débiles, los enfermos, y los miles de devotos, quiénes en cada segundo, minuto y horas interminables, han sabido renovar su acendrada fe religiosa, que en estos últimos cuatro años, sin repiques de campanas ni las luces refulgentes de la legendaria silueta arquitectónica del templo, se ha trocado en cúmulos de desmontes y desechos, con el agravante de que nadie sabe hasta cuando, igualmente se ignora, donde se encuentran depositados los donativos tanto internacionales como nacionales, incluido los aportes económicos recaudados en variadas actividades de buena voluntad, que a la fecha, lamentablemente por la ausencia de información, viene causando diversas especulaciones negativas.
En cualquier país democrático, sea laico o católico, el derecho a reclamar, tiene un correlato implícito, el de ser escuchado. No se trata de gritar en el desierto, sino de recibir una respuesta y tender el puente del diálogo, en suma, es abrir caminos de entendimiento y de buen gobierno en la reafirmación concertada de la memoria y el legado histórico del pueblo.
Es tiempo de que los nuevos mandamases de la iglesia iqueña, en concordancia con los acuerdos suscritos por los Obispos en la V Conferencia llevada a cabo en el Santuario de la Aparecida (Brasil), empiecen a compartir in situ ese nuevo mandato de esperanza,
especialmente al lado de los excluidos de siempre, donde la pobreza y sus necesidades tienen rostros interminables de dolor y desesperanza.
(*) www.lavozdeica.com
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