(Cuento)
Por: Antenor Maraví Izarra (*)
En Acobamba, en las arboledas de Ojopampa, Jollo y Huancapara, hay abundantes frutales, entre otras la guinda, más conocida como capulí. La exquisitez de sus frutos siempre originaron amorosas cosechas de todos los acobambinos, y de manera especial de los niños que en su gran mayoría, en los huertos cercanos a la población, sin pedir el consentimiento de los dueños, entre hurtadillas mañaneras y otras como verdaderos lanceros del mediodía, trepados al árbol o desde el suelo, siempre llenaron sus estómagos y pequeñas canastas; pero también estos lugares fueron escenarios de una franca competencia con los afamados chihuacos, aves malhadadas que, con su característico plumaje gris oscuro, siempre fueron unos verdaderos campeones picoteando incesantemente las hermosas sartas de rojizos y ennegrecidos capulíes. Sobre la historia de estas aves que abundan en este pueblo, se cuenta la siguiente leyenda.
En toda la comarca de Acobamba hubo una época en que la mayor parte de los niños varones, padecieron de una generalizada caries dental, sufriendo de incontrolables dolores, sin que medicamento alguno pudiera calmarlos. Era tanto el sufrimiento que la Virgen Nuestra Señora del Carmen, patrona del pueblo, se compadeció y quiso ayudarlos cambiándoles sus débiles dientes de leche por otros de marfil.
Entonces llamó a un chihuaco que andaba cantando muy orondo en las ramas de un árbol y le dijo:
Ven criatura mía a cumplir este mandato.
El chihuaco se acercó presurosamente y esperó la orden plantando su pico en el suelo y estirando sus alas en señal de obediencia.
- Quiero curar el sufrimiento de los niños de este pueblo, necesito que me traigas los restos de marfil que se encuentran sepultados en las hondonadas de Mollebamba. Ve, vuelve rápido y tráeme el marfil, pues el llanto continuado de estos niños me hace sufrir mucho.
El chihuaco cerró sus ojos rojizos en gesto de obediencia, y rápidamente salió volando a cumplir el mandato; pero al pasar por las arboledas de Jollo, que estaban cargadas de abundantes sartas de capulí, sin más ni más se posó en uno de ellos e inmediatamente empezó a alabar en sus cánticos las delicias de sus frutos, y así pasaron varias horas. Entre canto y canto, el chihuaco llenó su buche y muy contento púsose a hacer siesta ante la mirada recelosa de los jilgueros y los pichiusas que sobrevolaban a su lado, y se durmió sin preocupación alguna casi hasta la hora en que el sol ya se despedía por los cerros de Huachajcucho.
Al darse cuenta que los horizontes ya empezaban a vestirse con su color oscuro amarillento anunciando el pronto anochecer, y ante el inminente castigo que sufriría, emprendió vuelo, deteniéndose en una de las chacras donde unas hermosas mazorcas de maíz resplandecían ante el ocaso del sol con su sonrisa blanca; entonces el chihuaco no encontró mejor alternativa que coger la mazorca del maíz blanco lechoso y regresó ante la Virgen del Carmen pensando sorprenderla; para sí dijo que el maíz era mejor y que inclusive estaban hechos a la medida de la dentadura de los niños.
A su retorno encontró sentada a la Virgen, quien al notar la presencia del chihuaco le preguntó muy molesta:
- ¿Por qué te demoraste tanto?,¿Dónde está el marfil por el que te envíé
- No pude encontrar señora mía, busqué todo el tiempo que estuve ausente y al no hallarlo he traido estas mazorcas de maíz que son blanquitas y muy bonitas, contestó el chihuaco, con desvergonzado cinismo.
Más la Virgen que ya sabía todo lo que había hecho con su confianza depositada, se fastidió sobremanera con la mentira y la holgazanería del ave.
- Eres un farsante, vil criatura, por culpa de tu pereza y desobediencia, los niños de este pueblo continuarán con sus dientes de leche que serán frágiles y gastables, y como tal cada vez que se les piquen continuarán sus dolores.
Y haciendo un gesto severo, la Virgen agregó:
- Aléjate de mi vista impostor, más te digo que nunca saciarás tu hambre. En adelante, con dificultad y gran sufrimiento disputarás los guindales con todos los niños de este pueblo, vivirás de claro en claro picoteando incesantemente los arrayanes y todo tipo de arbustos, los alimentos se escurrirán rápidamente en tus escasas tripas.
Terminada la sentencia, el chihuaco cogido en culpa, junto al abrazo de la noche se retiró sin contestar, cabizbajo y alicaído.
Desde entonces se dice que todos los chihuacos en Acobamba cada vez que asoman los niños varones, con sus hondas de jebe y sus pequeñas canastas, dejan de picotear los guindales, remontándose por los riachuelos, como queriendo lavar la maldición de la Virgen del Carmen. Y hay quienes afirman que, en las noches del mes de marzo, muy pegados a las lechuzas de Mollebamba, los chihuacos viudos aún siguen volando de monte en monte, buscando los apreciados colmillos de los enormes animales que otrora vivieron en estos parajes.
(*) Del Libro: Agonía en Acobamba,edición auspiciada por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología - CONCYTEC.
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