Por: Antenor Maraví Izarra (*)
En la mayoría de los
pueblos del interior del país, más conocidos como tierra adentro, la
muerte de los seres humanos son anunciados con el tañido de las
campanas; pero esos tañidos adquieren sonidos
más tristes cuando anuncian el adiós de uno de sus líderes más queridos,
tal el caso de Javier Diez Canseco Cisneros, militante y abanderado
indiscutible de la izquierda peruana, en cuyas filas siempre bregó sin
dobleces ni componendas al real servicio de las
causas más nobles en defensa de las grandes mayorías, tantas veces cuasi
deliberadamente postergadas y traicionadas por los gobernantes de
turno.
A diferencia de
quienes no supieron entender ni valorar la dimensión de sus sueños, y a
despecho de quienes lo maltrataron y vilipendiaron sus irrenunciables
exigencias de justicia social, de cada
uno de los pueblos de tierra adentro que tanto amó, y recorrió palmo a
palmo, ha empezado a cabalgar abrazado de la suave brisa andina, y los
pueblos urbano marginales de la costa y la selva, en cuyos linderos
aupados a los acordes musicales de charangos, viguelas
y pinkullos, su vuelo hacia las estrellas, - donde moran las almas
buenas – siempre estará presente en la gratitud de quienes nunca
olvidaremos su generoso apoyo, llenos de sencillez y grandeza.
En el caso
específico de Ica, quienes tuvimos la oportunidad y la responsabilidad
de dirigir la Revista CODEHICA, vocero de la Comisión de Derechos
Humanos, siempre atesoraremos la sencillez y la
gran aquiescencia de apoyo inmediato con diversos artículos que le hemos
solicitado. Igualmente siempre serán inolvidables sus magistrales
exposiciones de análisis de la realidad nacional en
los foros y eventos culturales promovidos.
Javier Diez Canseco,
que duda cabe, fue uno de los adalides de esa lucha sin cuartel contra
esa vieja lacra que es la corrupción, exigió en todo momento moral y
ética en los gobernantes, como contraparte
la ultra derecha y sus monigotes, llenos de un daltonismo redivivos y convertidos en secuaces de Torquemada,
tantas veces atentaron contra su vida y su ejemplar
trayectoria, pero él siempre estuvo en primera fila en defensa de los
derechos humanos y las nobles demandas del pueblo peruano.
De ahí que, cada vez que deja de existir un hombre de principios sólidos como Javier, debe causarnos un gran dolor, pues estos hombres
son muy escasos, son raros, algunos lo califican casi de manera peyorativa como seres tercos,
apasionados en defender su convicción, lo contrario de estos grandes
hombres, son los politicastros,
los demagogos y los falsos líderes que nos engatusan con sus retóricas
estériles, y otros inclusive ni siquiera saben de oratoria pero poseen
los artilugios para convencer, por citar algunos casos y con honrosas
excepciones, ahí tenemos como ejemplo a nuestros
mal llamados padres de la Patria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario