Por: Antenor Maraví Izarra (*)
Como alguna vez
diría el poeta Sebastián Salazar Bondy, que duda cabe, pertenecemos a
una raza llena de frustraciones y de grandes desencuentros, somos parte
de una patria fatigada por sus penas y
tantas promesas de moralización, incumplidas. Nuestro país es amargo y
dulce, es un corazón clavado a martillazos, un anciano que yace
moribundo ante un alud de placeres, de relámpagos destructores, donde el
destino de nuestros niños y jóvenes se deciden bajo
el cernidor de componendas y unas elecciones donde es posible que el más
mentiroso sea el ganador.
Qué difícil es mirar
el Perú con optimismo cuando las denuncias son desoídas, cuando ex
presidentes, nos siguen maltratando con afirmaciones tan deleznables e
impúdicas sobre los hallazgos y sospechas
de enriquecimientos ilícitos que deshonran al país. Es necesario que los
ex presidentes García y Toledo, aclaren con pruebas indubitables, el primero sobre los narco indultos, entre otros, y
el segundo por la adquisición de dos inmuebles por su suegra, Eva Fernenbug.
En esta doliente
realidad del país, donde todos los días crucifican su dignidad, cuales
fueren los esclarecimientos de los dos ex presidentes, lo cierto es que
sus actos, en esa especie de pandemia
social en que vivimos, deberían servir como referentes de real
moralización y buen gobierno. Esta clamorosa constatación, de supuestos
faenones, no es mas que el fiel reflejo de que en el Perú las
instituciones son meramente formales, que no significan garantía
para nadie, salvo para aquellos que lo controlan y detentan el poder.
Cerrar el paso a la
corrupción y la impunidad es imprescindible, pero no basta denunciarla
.Es necesario fortalecer y exigir a las instituciones y organismos
encargados de ejercer el control y la
aplicación de sanciones ejemplarizadoras con mecanismos eficaces de
fiscalización que permitan detectar a tiempo e impedir su desarrollo.
No hay peligro más
grave para la democracia que la impunidad, que devora el capital
político, social y moral de un país, y abre las puertas para la
presencia devastadora de esa delincuencia de cuello
y corbata.
(*)