10 de diciembre: Día Internacional de los Derechos Humanos y 60º aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Día de fiesta universal, celebrada con todas las expresiones de alegría y fraternidad que la humanidad sabe encontrar aun en medio de las peores miserias.
No todos están contentos, por cierto. En el mundo quedan muchos tiranos y tiranías, y hay demasiados y muy poderosos intereses incompatibles con una doctrina que pone por encima de todo la dignidad del ser humano. Son demasiados los que, de palabra, se identifican con los derechos humanos, porque se ha convertido en lo políticamente correcto, para poner a continuación mil pretextos que les permitan burlarlos con impunidad. En el Perú conocemos bien esta actitud farisea.
Los derechos humanos son derechos de todos los hombres y mujeres. La idea central de esta doctrina afirma que, en el momento en que una persona es violentada, todos somos agredidos. Si un hombre es flagelado, todos somos torturados; si una mujer es violada, todos somos ultrajados; si una persona es discriminada, todos somos humillados. Los derechos humanos son el mínimo irrenunciable de la dignidad humana. Quienes atentan contra ese mínimo, agreden a la humanidad entera; quienes lo defienden, permiten la civilización.
No todos están contentos, por cierto. En el mundo quedan muchos tiranos y tiranías, y hay demasiados y muy poderosos intereses incompatibles con una doctrina que pone por encima de todo la dignidad del ser humano. Son demasiados los que, de palabra, se identifican con los derechos humanos, porque se ha convertido en lo políticamente correcto, para poner a continuación mil pretextos que les permitan burlarlos con impunidad. En el Perú conocemos bien esta actitud farisea.
Los derechos humanos son derechos de todos los hombres y mujeres. La idea central de esta doctrina afirma que, en el momento en que una persona es violentada, todos somos agredidos. Si un hombre es flagelado, todos somos torturados; si una mujer es violada, todos somos ultrajados; si una persona es discriminada, todos somos humillados. Los derechos humanos son el mínimo irrenunciable de la dignidad humana. Quienes atentan contra ese mínimo, agreden a la humanidad entera; quienes lo defienden, permiten la civilización.
En nuestro país es muy precario el respeto a los derechos humanos. Tuvimos hasta hace una década una guerra interna atizada por los crímenes de un terrorismo antisistema y un terrorismo de Estado, que dejaron gravísimas heridas que aún siguen sangrando. El Estado y la sociedad no han sido capaces de asumir el reto de restañarlas, aplicando las recomendaciones de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, que algunos se empeñan en desacreditar sin siquiera haberlas leído.
Hay mucho por hacer y todos podemos contribuir. No hace falta ser gobernante para ello. La verdad es que, en el Perú como en cualquier otro lugar del mundo, la defensa de los DDHH tiene que ser asumida por la sociedad civil, la cual debe imponerse al Estado con la fuerza de su convicción ética. Sin la presencia activa y vigilante de la sociedad civil, los derechos humanos se convierten en dádiva que los gobernantes o cualquier poderoso se sienten con derecho a retirar cuando les conviene.
Tampoco hace falta hallarse en situaciones extremas para defender los derechos humanos. ¿Está usted dispuesto a hacer algo importante, hoy, por ellos? Puede empezar, por ejemplo, por dejar de ofender a su colega o vecino gay o lesbiana por el hecho de serlo, o podría dejar de tratar distinto a la gente según su color de piel, y podría dejar de alentar las burlas homofóbicas o racistas en el trabajo o al sintonizar un programa de TV.
¿Fácil, complicado? Sin duda, las dos cosas a la vez, pero es solo un ejemplo de lo que todos podemos hacer sin ir muy lejos. Mire usted a su alrededor. Estoy seguro de que hallará mucho por hacer y de inmediato.
Hay mucho por hacer y todos podemos contribuir. No hace falta ser gobernante para ello. La verdad es que, en el Perú como en cualquier otro lugar del mundo, la defensa de los DDHH tiene que ser asumida por la sociedad civil, la cual debe imponerse al Estado con la fuerza de su convicción ética. Sin la presencia activa y vigilante de la sociedad civil, los derechos humanos se convierten en dádiva que los gobernantes o cualquier poderoso se sienten con derecho a retirar cuando les conviene.
Tampoco hace falta hallarse en situaciones extremas para defender los derechos humanos. ¿Está usted dispuesto a hacer algo importante, hoy, por ellos? Puede empezar, por ejemplo, por dejar de ofender a su colega o vecino gay o lesbiana por el hecho de serlo, o podría dejar de tratar distinto a la gente según su color de piel, y podría dejar de alentar las burlas homofóbicas o racistas en el trabajo o al sintonizar un programa de TV.
¿Fácil, complicado? Sin duda, las dos cosas a la vez, pero es solo un ejemplo de lo que todos podemos hacer sin ir muy lejos. Mire usted a su alrededor. Estoy seguro de que hallará mucho por hacer y de inmediato.
(*)Director Ejecurivo de la Cordinadora Nacional de DD.HH
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