Ramiro Escobar
Hemos llegado al 60 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y, para variar, el panorama es desolador: la pena de muerte sigue vigente, y actuante, en al menos 24 países; en unos 81 países se tortura militantemente; y hay más de 963 millones de personas que pasan hambre todos los días, 40 millones más que en el 2007.
Las dos primeras cifras son de Amnistía Internacional (AI) y la tercera de la FAO. La lista macabra podría continuar con los 45 países donde hay presos de conciencia; los 77 estados donde se restringe la libertad de expresión (ambas cifras de AI); o las 12.3 millones de personas que la OIT considera ‘tiranizadas’, es decir en literal esclavitud.
¿Somos tan pero tan humanos que no creemos en nuestros derechos más elementales? Algo que, a estas alturas de la Historia, deberíamos redescubrir es que no es cierto que la Declaración es ‘un invento de Occidente’. Como ha recordado el diplomático español Juan Antonio Yáñez, en su elaboración participaron personas de distinta procedencia.
Entre ellos, el libanés Charles Malik, el chino Peng-chun Chang y el paquistaní Muhammad Safrulla Khan. Es difícil entonces sostener, sobre todo hoy, la marcianada de que este es un asunto de ‘caviares’ globales o de gentes que no entienden la sensibilidad oriental. Los hombres y las mujeres sufren igual, así miren a La Meca o al Vaticano. Otro asunto que, en estas seis décadas de la Declaración (firmada en el Palacio de Chaillot de París el 10 de diciembre de 1948), debería volver a sacudirse es la integralidad de estos derechos. Se ha machacado sobre eso muchísimo en estos años, pero algunos hechos de crujiente de actualidad llaman a revisar ese ángulo vital.
Un par de ejemplos en su tinta: ¿No es una forma de atacar, impunemente, los derechos económicos y sociales el provocar una crisis financiera tan feroz como la que nos amenaza? ¿Descuidar un tema tan delicado como el cambio climático no es, a su vez, una manera de atentar contra el Artículo 3, que defiende el derecho a la vida y a la seguridad?
Generalmente son los más malvados de este mundo –los Pinochet, los Idi Amin o los militares orates de Myanmar- a quienes se apunta cuando se habla de DDHH. Pero me parece que en este siglo el no tener ‘responsabilidad social’ para con el planeta es una forma, igual de peligrosa, de violar esta magnífica Carta Magna de nuestra especie.
África no debería seguir siendo el cementerio del mundo; las mujeres y los homosexuales deberían tener, por fin, los mismos derechos; Guantánamo debería cerrarse el 21 enero del 2009 (al día siguiente de la posesión presidencial de Barack Obama).Hay derecho a soñar con todo eso. Aun cuando el camino sea largo y tortuoso. Pero también hermoso.
Las dos primeras cifras son de Amnistía Internacional (AI) y la tercera de la FAO. La lista macabra podría continuar con los 45 países donde hay presos de conciencia; los 77 estados donde se restringe la libertad de expresión (ambas cifras de AI); o las 12.3 millones de personas que la OIT considera ‘tiranizadas’, es decir en literal esclavitud.
¿Somos tan pero tan humanos que no creemos en nuestros derechos más elementales? Algo que, a estas alturas de la Historia, deberíamos redescubrir es que no es cierto que la Declaración es ‘un invento de Occidente’. Como ha recordado el diplomático español Juan Antonio Yáñez, en su elaboración participaron personas de distinta procedencia.
Entre ellos, el libanés Charles Malik, el chino Peng-chun Chang y el paquistaní Muhammad Safrulla Khan. Es difícil entonces sostener, sobre todo hoy, la marcianada de que este es un asunto de ‘caviares’ globales o de gentes que no entienden la sensibilidad oriental. Los hombres y las mujeres sufren igual, así miren a La Meca o al Vaticano. Otro asunto que, en estas seis décadas de la Declaración (firmada en el Palacio de Chaillot de París el 10 de diciembre de 1948), debería volver a sacudirse es la integralidad de estos derechos. Se ha machacado sobre eso muchísimo en estos años, pero algunos hechos de crujiente de actualidad llaman a revisar ese ángulo vital.
Un par de ejemplos en su tinta: ¿No es una forma de atacar, impunemente, los derechos económicos y sociales el provocar una crisis financiera tan feroz como la que nos amenaza? ¿Descuidar un tema tan delicado como el cambio climático no es, a su vez, una manera de atentar contra el Artículo 3, que defiende el derecho a la vida y a la seguridad?
Generalmente son los más malvados de este mundo –los Pinochet, los Idi Amin o los militares orates de Myanmar- a quienes se apunta cuando se habla de DDHH. Pero me parece que en este siglo el no tener ‘responsabilidad social’ para con el planeta es una forma, igual de peligrosa, de violar esta magnífica Carta Magna de nuestra especie.
África no debería seguir siendo el cementerio del mundo; las mujeres y los homosexuales deberían tener, por fin, los mismos derechos; Guantánamo debería cerrarse el 21 enero del 2009 (al día siguiente de la posesión presidencial de Barack Obama).Hay derecho a soñar con todo eso. Aun cuando el camino sea largo y tortuoso. Pero también hermoso.
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