Antenor Maraví Izarra
Para la gran mayoría de los hogares peruanos, infelices habitantes de este mundo globalizado, el advenimiento de las Fiesta Navideñas, familiar y cristiana por excelencia, sigue siendo una amarga confrontación entre la realidad y los sueños de cientos de miles de hogares que siguen estrellándose ante la dramática verdad de la mesa vacía, sumidos en la interminable prueba de sobrevivientes entre la pobreza y la extrema pobreza.
Sin embargo, paradójicamente son ellos los que siempre han estado más cercanos al auténtico espíritu navideño. Jesús nació en un modesto pesebre, y fueron humildes pastores que pasaban la noche cuidando sus rebaños, los primeros en reconocerlo y adorarlo, esta carencia de techo y abrigo, son los rasgos que siempre caracterizaron a la humanidad y que actualmente describen la imagen de una mayoría de peruanos en situación de pobreza.
Una deformación persistente intenta habituarnos a pensar en la Navidad como una fiesta de consumo, a medir nuestra capacidad de felicidad en función de una serie de costumbres importadas de sociedades opulentas, cargada de champang, pavos y panteones. No es este desde luego, el significado profundo de la Navidad. Durante siglos, esta fiesta fue una ocasión de reencuentro familiar en torno a una mesa sencilla y frugal, conmemorando la venida del Mesías, salvador de la tierra.
Para nosotros, como para muchos la Navidad siempre estará ligada a la sonrisa del niño, a la felicidad del niño pobre que a diario tenga la posibilidad de alimentarse y contar con un techo. Por ello, nos subleva los actos injustos y abismalmente diferenciados de aguinaldos navideños que desvergonzadamente reciben los congresistas, los ministros y los funcionarios de abolengo del partido gobernante, en tanto que la generalidad de los maestros maltratados y esa mayoría de trabajadores estatales, activos y cesantes, ese grueso sector de trabajadores contratados, reciben sumas paupérrimas y en el peor de los casos, no reciben absolutamente nada, y ni que decir de los millones de peruanos en situación de desocupados de las zonas alto andinas y la selva, que en su gran mayoría viven abrazados a la extrema pobreza.
De allí nuestro descontento y protesta ante el triunfalismo desmedido y torpe de quiénes hoy gobiernan al país. Hay una pobreza extrema que los ojos del presidente García no quieren ver en las periferia y las zona urbano marginales del país, tal el dramático caso de las modestas familias posesionas a falta de vivienda en las riberas de viejos zanjones que de cuando en cuando, irrumpieron con su carga de de piedras y lodo, haciéndonos recordar que tras el rostro triunfalista del neoliberalismo que hoy impera en el país, hay gente olvidada y abandonada que viven abrazados a la nada, como es el caso de numerosas familias afectadas dramáticamente por el reciente aluvión producido al pie del cerro La Picota en Ayacucho.
Sin embargo, paradójicamente son ellos los que siempre han estado más cercanos al auténtico espíritu navideño. Jesús nació en un modesto pesebre, y fueron humildes pastores que pasaban la noche cuidando sus rebaños, los primeros en reconocerlo y adorarlo, esta carencia de techo y abrigo, son los rasgos que siempre caracterizaron a la humanidad y que actualmente describen la imagen de una mayoría de peruanos en situación de pobreza.
Una deformación persistente intenta habituarnos a pensar en la Navidad como una fiesta de consumo, a medir nuestra capacidad de felicidad en función de una serie de costumbres importadas de sociedades opulentas, cargada de champang, pavos y panteones. No es este desde luego, el significado profundo de la Navidad. Durante siglos, esta fiesta fue una ocasión de reencuentro familiar en torno a una mesa sencilla y frugal, conmemorando la venida del Mesías, salvador de la tierra.
Para nosotros, como para muchos la Navidad siempre estará ligada a la sonrisa del niño, a la felicidad del niño pobre que a diario tenga la posibilidad de alimentarse y contar con un techo. Por ello, nos subleva los actos injustos y abismalmente diferenciados de aguinaldos navideños que desvergonzadamente reciben los congresistas, los ministros y los funcionarios de abolengo del partido gobernante, en tanto que la generalidad de los maestros maltratados y esa mayoría de trabajadores estatales, activos y cesantes, ese grueso sector de trabajadores contratados, reciben sumas paupérrimas y en el peor de los casos, no reciben absolutamente nada, y ni que decir de los millones de peruanos en situación de desocupados de las zonas alto andinas y la selva, que en su gran mayoría viven abrazados a la extrema pobreza.
De allí nuestro descontento y protesta ante el triunfalismo desmedido y torpe de quiénes hoy gobiernan al país. Hay una pobreza extrema que los ojos del presidente García no quieren ver en las periferia y las zona urbano marginales del país, tal el dramático caso de las modestas familias posesionas a falta de vivienda en las riberas de viejos zanjones que de cuando en cuando, irrumpieron con su carga de de piedras y lodo, haciéndonos recordar que tras el rostro triunfalista del neoliberalismo que hoy impera en el país, hay gente olvidada y abandonada que viven abrazados a la nada, como es el caso de numerosas familias afectadas dramáticamente por el reciente aluvión producido al pie del cerro La Picota en Ayacucho.
En las que, igual que en el resto del país, la vida confronta incesantes avatares de sobrevivencia, agudizada con el drama de la falta de trabajo, de vivienda, derecho a la salud y la educación y adecuada alimentación, donde la morbi mortandad de niños y ancianos son rituales interminables de su condición de excluidos
Por lo mismo, en este esfuerzo de enlazar nuestros buenos propósitos, expresamos en el advenimiento de esta Navidad, nuestros sinceros parabienes de solidaridad a los pueblos olvidados del país, en especial al heroico pueblo ayacuchano.
Por lo mismo, en este esfuerzo de enlazar nuestros buenos propósitos, expresamos en el advenimiento de esta Navidad, nuestros sinceros parabienes de solidaridad a los pueblos olvidados del país, en especial al heroico pueblo ayacuchano.
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