Alfredo Quintanilla
Me lo contó una capacitadora de la ONPE: hace un par de años, sabiendo que iba a capacitar al personal contratado de esa institución en la ciudad de Abancay, se preparó releyendo “Los ríos profundos” de José María Arguedas. Llegado el día de su charla, habló emocionada de cómo había conocido Abancay a través de las páginas del gran escritor, y citó alguno de los párrafos de la novela, pero le sorprendió la indiferencia con que los jóvenes de esa ciudad recibieron el mensaje. A la hora del café insistió en averiguar por qué la frialdad y uno de los jóvenes se lo dijo: “es que es un escritor de Andahuaylas y con los andahuaylinos no nos llevamos bien”.
Un feligrés de la Iglesia Israelita escuchaba una charla sobre la descentralización en Yauyos, en la sierra de Lima. De pronto, el charlista invocó al espíritu de Arguedas,quien pocos meses antes de cometer suicidio fue a conocer Yauyos, el pueblo donde su padre había trabajado como Juez de Paz antes de morir. Y dijo que José María había visitado Yauyos seguramente tras los pasos de su padre para darse valor cuando estaba escribiendo su última novela. Y que luego, en una carta a un amigo contó conmovido que un hombre desconocido para él lo había saludado cariñosamente y le había dicho que había conocido a su padre. Y que para perennizar el encuentro se habían tomado una foto en la calle principal de Yauyos. El israelita asegura que vio que algunos yauyinos tenían los ojos humedecidos de la emoción.
“¿He vivido en vano?” se preguntó José María en trance de muerte, en su intento de suicidio deabril de 1966, sintiendo que su esfuerzo y su mensaje plasmados en la novela “Todas las sangres” no habían sido comprendidos por los doctos. Y escribió “Dicen que ya no sabemos nada, que somos el atraso, que nos han de cambiar la cabeza por otra mejor”.¿Y cuál era ese mensaje?Buscar alcanzar un Perú de todas las sangres en el que ningún yauyino(o abanquino o awajún) se sintiera extranjero en Lima, pero también el de que ningún limeño se sintiera extranjero en Yauyos, Bagua o en Ilave.Vuelve la pregunta de Arguedas a retumbar. ¿Ha sido su voz, una voz que clama en el desierto de la indiferencia? Basadre había advertido en 1958 contra los podridos, los congelados y los incendiarios. ¿También escribió en vano? El poeta Eduardo Urdanivia se habría preguntado ¿Arguedas se inmoló en vano?
Muchos hechos de la realidad cotidiana siguen dando pábulo al pesimismo que sintió Arguedas y lo arrastró a la muerte: el violento machismo que traspasa a todas las clases sociales; el racismo soterrado e insidioso; el despotismo de los que tienen un gramo de poder; el localismo de los de abajo. “Que no haya rabia” había escrito al final de su vida. Hoy cada vez que se recuerda el conflicto armado con Sendero o el Informe de la Comisión de la Verdad, aflora la rabia de uno y otro lado, la Ley del Talión. No hay todavía condiciones para la reconciliación nacional.
Arguedas convertido en ícono venerado por (casi) todos los peruanos ilustrados es también leído o utilizado por diversos sectores para justificar sus posturas, sin fijarse muchas veces en lo que verdaderamente escribió. Lo más frecuente es ver que su “todas las sangres” es sobada y resobada por políticos que más bien gustan de la confrontación y del ataque a sus adversarios.Otra distorsión es la de algunos ideólogos de los movimientos indigenistas antioccidentales. Respetuoso y conservacionista de la tradición indígena,apostaba también por su renovación y adaptación constante,por lo que Arguedas, no era indigenista.Era “mesticista”, si cabe el término. En enero de 1965, en un texto que presentó en Génova en un Coloquio de Escritores, escribió que concebía la integración cultural no como una ineludible aculturación de los indígenas sino como un mestizaje en el que se conservarían elementos fundamentales como «su música, sus danzas, la cooperación en el trabajo y la lucha... y que se impondrá la ideología que sostiene que la marcha hacia adelante del ser humano no depende del enfrentamiento devorador del individualismo sino, por el contrario, de la fraternidad comunal».Jamás planteó la vuelta al pasado del incaísmo, como distorsionó Vargas Llosa su propuesta en “La utopía arcaica”.
Arguedas escribió en su Ultimo Diario: “Quizá conmigo empieza a cerrarse un ciclo y a abrirse otro en el Perú... se cierra el de la calandria consoladora, del azote, del arrieraje, del odio impotente, de los fúnebres «alzamientos», del temor a Dios y del predominio de ese Dios y sus protegidos, sus fabricantes; se abre el de la luz y de la fuerza liberadora invencible del hombre de Vietnam, el de la calandria de fuego, el de Dios liberador, Aquel que se reintegra”. ¿Intuía que los indios y los cholos ya no agacharían más la cabeza frente a los mandones de siempre? ¿Qué el discurso religioso de la resignación ya no tendría eco? ¿Que la liberación era igualdad y que esa se conquistaría pisando brasas?
Los peruanos privilegiados, los que tenemos resueltas nuestras necesidades básicas, ¿podemos ver que en los barrios pobres que rodean las ciudades están «los cinturones de fuego de la resurrección y no únicamente de la miseria como ahora las denominan, desde el centro de estas ciudades, quienes no tienen ojos para ver lo profundo y perciben solamente la basura y el mal olor»? ¿Podremos oir el mensaje de los que protestan en estos años en todos los pueblos del Perú, más allá de los gritos, de los ruidos, de los titulares mentirosos y de las amenazas?
“¿He vivido en vano?” se preguntó José María en trance de muerte, en su intento de suicidio deabril de 1966, sintiendo que su esfuerzo y su mensaje plasmados en la novela “Todas las sangres” no habían sido comprendidos por los doctos. Y escribió “Dicen que ya no sabemos nada, que somos el atraso, que nos han de cambiar la cabeza por otra mejor”.¿Y cuál era ese mensaje?Buscar alcanzar un Perú de todas las sangres en el que ningún yauyino(o abanquino o awajún) se sintiera extranjero en Lima, pero también el de que ningún limeño se sintiera extranjero en Yauyos, Bagua o en Ilave.Vuelve la pregunta de Arguedas a retumbar. ¿Ha sido su voz, una voz que clama en el desierto de la indiferencia? Basadre había advertido en 1958 contra los podridos, los congelados y los incendiarios. ¿También escribió en vano? El poeta Eduardo Urdanivia se habría preguntado ¿Arguedas se inmoló en vano?
Muchos hechos de la realidad cotidiana siguen dando pábulo al pesimismo que sintió Arguedas y lo arrastró a la muerte: el violento machismo que traspasa a todas las clases sociales; el racismo soterrado e insidioso; el despotismo de los que tienen un gramo de poder; el localismo de los de abajo. “Que no haya rabia” había escrito al final de su vida. Hoy cada vez que se recuerda el conflicto armado con Sendero o el Informe de la Comisión de la Verdad, aflora la rabia de uno y otro lado, la Ley del Talión. No hay todavía condiciones para la reconciliación nacional.
Arguedas convertido en ícono venerado por (casi) todos los peruanos ilustrados es también leído o utilizado por diversos sectores para justificar sus posturas, sin fijarse muchas veces en lo que verdaderamente escribió. Lo más frecuente es ver que su “todas las sangres” es sobada y resobada por políticos que más bien gustan de la confrontación y del ataque a sus adversarios.Otra distorsión es la de algunos ideólogos de los movimientos indigenistas antioccidentales. Respetuoso y conservacionista de la tradición indígena,apostaba también por su renovación y adaptación constante,por lo que Arguedas, no era indigenista.Era “mesticista”, si cabe el término. En enero de 1965, en un texto que presentó en Génova en un Coloquio de Escritores, escribió que concebía la integración cultural no como una ineludible aculturación de los indígenas sino como un mestizaje en el que se conservarían elementos fundamentales como «su música, sus danzas, la cooperación en el trabajo y la lucha... y que se impondrá la ideología que sostiene que la marcha hacia adelante del ser humano no depende del enfrentamiento devorador del individualismo sino, por el contrario, de la fraternidad comunal».Jamás planteó la vuelta al pasado del incaísmo, como distorsionó Vargas Llosa su propuesta en “La utopía arcaica”.
Arguedas escribió en su Ultimo Diario: “Quizá conmigo empieza a cerrarse un ciclo y a abrirse otro en el Perú... se cierra el de la calandria consoladora, del azote, del arrieraje, del odio impotente, de los fúnebres «alzamientos», del temor a Dios y del predominio de ese Dios y sus protegidos, sus fabricantes; se abre el de la luz y de la fuerza liberadora invencible del hombre de Vietnam, el de la calandria de fuego, el de Dios liberador, Aquel que se reintegra”. ¿Intuía que los indios y los cholos ya no agacharían más la cabeza frente a los mandones de siempre? ¿Qué el discurso religioso de la resignación ya no tendría eco? ¿Que la liberación era igualdad y que esa se conquistaría pisando brasas?
Los peruanos privilegiados, los que tenemos resueltas nuestras necesidades básicas, ¿podemos ver que en los barrios pobres que rodean las ciudades están «los cinturones de fuego de la resurrección y no únicamente de la miseria como ahora las denominan, desde el centro de estas ciudades, quienes no tienen ojos para ver lo profundo y perciben solamente la basura y el mal olor»? ¿Podremos oir el mensaje de los que protestan en estos años en todos los pueblos del Perú, más allá de los gritos, de los ruidos, de los titulares mentirosos y de las amenazas?
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