Una mirada retrospectiva y necesarias exigencias en el centenario de su nacimiento:
Ica y José María Arguedas
Antenor Maraví Izarra Como alguna vez señalara el poeta Sebastián Salazar Bondy, el Perú a veces es amargo y dulce, una maleza impenetrable, llena de tranqueras y egoismos, donde los honores y reconocimientos a los hijos preclaros del pueblo, se conceden de acuerdo al estado de ánimo y digestivo de los gobernantes de turno, tal el caso reciente del insigne maestro, escritor y antropólogo José María Arguedas, a quien se le ha negado la designación oficial de su nombre en homenaje al año del centenario de su nacimiento, optando por resaltar el nombre de Hiram Bingham, seudo descubridor y probado saqueador de la riqueza patrimonial de las ruinas de Machu Picchu.
Ante este censurable desliz oficial, coincidente a las justas protestas de los representantes y defensores del quehacer cultural del país, desde esta columna, sugiero y/o solicito al flamante presidente regional de Ica, Alonso Navarro Cabanillas, a fin de que en uso de sus atribuciones y reconocida sensibilidad cultural, declare por ordenanza gubernamental a efectos de que se le tribute el merecido reconocimiento a lo largo del presente año en las diversas actividades educativas y culturales, así como el uso obligatorio en el membrete en todos los trámites documentarios del ámbito jurisdiccional de la región Ica.
Y es que, el amauta José María Arguedas, ostenta para orgullo de Ica, una inolvidable ligazón a sus años juveniles, pues este insigne escritor en los años 1926 y 1927, estudió como internado en el antiguo local del emblemático y bicentenario Colegio San Luis Gonzaga, ubicado en la segunda cuadra de la calle Bolívar, años en que la dirección del plantel estuvo a cargo del doctor Erasmo Beraún, integrante de esa pléyade de directores y maestros que dejaron cimientes fecundos y huellas imperecederas, en la rica historia de esta importante casa de estudios Alma Mater del pueblo iqueño.
En aquellos años, según referencias del abogado jaujino Moisés Arroyo, hijo de un trabajador del Correo Central de entonces, su estancia en Ica en los días libres y feriados al internado de José M. Arguedas, a solicitud de su padre,radicado en Puquio, ha compartido la aquiescente hospitalidad de la familia Falconi, junto a su hermano Arístides, donde el estudiante adolescente Arguedas, se habría enamorado por primera vez de la iqueña Pompeya Miranda Falconí.
Hablar del funcionamiento y positivo accionar educativo de este antiguo local, fundado por la colegiata jesuita al mando de aquel patriarcal y mítico sacerdote de apellido Orduña que data desde el año 1746, es hablar de los años de abolengo de plena autonomía económica y excelencia académica que atrae la presencia selecta de la juventud estudiosa de diferentes puntos del país, entre ellos las provincias sureñas de Ayacucho, Huancavelica y Apurímac.
En el cuento Orovilca, publicado el año 1954, José M.Arguedas describe el viejo patio de este antiguo local, orlado de faroles, piedras de sillar y frondosos ficus, corredores con arcos coloniales que entonan con la cúpula blanquecina de la otrora Iglesia matriz, actualmente en ruinas por el devastador terremoto que afecto el año 2007. Igualmente describe con lujo de detalles la antigua Plaza de Armas, en el que exalta la presencia del chaucato considerándolo como el príncipe de las aves de la región, nos habla de la dunas, las lagunas y los arenales de Ica cubiertos de huarangos, en los que dos alumnos del internado, del quinto año, Salcedo y Wilster, comparten como protagonistas principales de la mágica descripción, enlazados a los sueños platónicos hacia Hortensia Mazzoni, una bella musa iqueña que vive en una de las casonas de la Plaza de Armas, y que a la postre logra hechizar los sueños y la magistral descripción del autor, y el accionar de los protagonistas que por razones de espacio es imposible entrar en detalles.
En esta apretada referencia de la basta obra literaria y antropológica de Arguedas. Cabe acotar como sustento de esta petición, que en cada uno de sus aportes intelectuales, siempre ha abordado el complejo problema de la integración de las distintas vertientes de la sociedad peruana profundamente escindidas en realidades sociales, culturales, regionales y nacionales muy diverso y en algunos casos contrapuestas y excluyentes,llenas de conflictos y exigencias. El amó y defendió ese país profundo de todas las sangres, de cholos, negros,mestizos,chinos y también a los zorros de arriba. Hay pues, razones más que suficientes para testimoniarle los homenajes y reconocimientos a este ícono e incansable defensor de nuestra realidad pluricultural y multilingui, amó entrañablemente la música y las fiestas costumbristas andinas, lo que nos hace falta es saber valorar esa sensibilidad y amor ques desplegó en vida en defensa de nuestra memoria e identidad cultural.
No debemos olvidar que un pueblo que no ama ni honra el positivo accionar de sus hijos, es una sociedad insensible que no honra ni ama su memoria. Es una sociedad vacía que padece de un inexplicable síndrome de autodestrucción, que en vez de cautelar y defender su pasado y honrar a su hijos más destacados, es capaz de honrar a delincuentes y a quienes poco o nada han aportado por el progreso y bienestar de la sociedad.
"Toda tarea cultural da al ser humano la capacidad de reflexionar sobre sí mismo. Es ella la que hace de nosotros seres humanos, racionales, críticos y éticamente comprometidos. A través de ella discernimos los valores y efectuamos opciones positivas al real servicio del pueblo".
Ante este censurable desliz oficial, coincidente a las justas protestas de los representantes y defensores del quehacer cultural del país, desde esta columna, sugiero y/o solicito al flamante presidente regional de Ica, Alonso Navarro Cabanillas, a fin de que en uso de sus atribuciones y reconocida sensibilidad cultural, declare por ordenanza gubernamental a efectos de que se le tribute el merecido reconocimiento a lo largo del presente año en las diversas actividades educativas y culturales, así como el uso obligatorio en el membrete en todos los trámites documentarios del ámbito jurisdiccional de la región Ica.
Y es que, el amauta José María Arguedas, ostenta para orgullo de Ica, una inolvidable ligazón a sus años juveniles, pues este insigne escritor en los años 1926 y 1927, estudió como internado en el antiguo local del emblemático y bicentenario Colegio San Luis Gonzaga, ubicado en la segunda cuadra de la calle Bolívar, años en que la dirección del plantel estuvo a cargo del doctor Erasmo Beraún, integrante de esa pléyade de directores y maestros que dejaron cimientes fecundos y huellas imperecederas, en la rica historia de esta importante casa de estudios Alma Mater del pueblo iqueño.
En aquellos años, según referencias del abogado jaujino Moisés Arroyo, hijo de un trabajador del Correo Central de entonces, su estancia en Ica en los días libres y feriados al internado de José M. Arguedas, a solicitud de su padre,radicado en Puquio, ha compartido la aquiescente hospitalidad de la familia Falconi, junto a su hermano Arístides, donde el estudiante adolescente Arguedas, se habría enamorado por primera vez de la iqueña Pompeya Miranda Falconí.
Hablar del funcionamiento y positivo accionar educativo de este antiguo local, fundado por la colegiata jesuita al mando de aquel patriarcal y mítico sacerdote de apellido Orduña que data desde el año 1746, es hablar de los años de abolengo de plena autonomía económica y excelencia académica que atrae la presencia selecta de la juventud estudiosa de diferentes puntos del país, entre ellos las provincias sureñas de Ayacucho, Huancavelica y Apurímac.
En el cuento Orovilca, publicado el año 1954, José M.Arguedas describe el viejo patio de este antiguo local, orlado de faroles, piedras de sillar y frondosos ficus, corredores con arcos coloniales que entonan con la cúpula blanquecina de la otrora Iglesia matriz, actualmente en ruinas por el devastador terremoto que afecto el año 2007. Igualmente describe con lujo de detalles la antigua Plaza de Armas, en el que exalta la presencia del chaucato considerándolo como el príncipe de las aves de la región, nos habla de la dunas, las lagunas y los arenales de Ica cubiertos de huarangos, en los que dos alumnos del internado, del quinto año, Salcedo y Wilster, comparten como protagonistas principales de la mágica descripción, enlazados a los sueños platónicos hacia Hortensia Mazzoni, una bella musa iqueña que vive en una de las casonas de la Plaza de Armas, y que a la postre logra hechizar los sueños y la magistral descripción del autor, y el accionar de los protagonistas que por razones de espacio es imposible entrar en detalles.
En esta apretada referencia de la basta obra literaria y antropológica de Arguedas. Cabe acotar como sustento de esta petición, que en cada uno de sus aportes intelectuales, siempre ha abordado el complejo problema de la integración de las distintas vertientes de la sociedad peruana profundamente escindidas en realidades sociales, culturales, regionales y nacionales muy diverso y en algunos casos contrapuestas y excluyentes,llenas de conflictos y exigencias. El amó y defendió ese país profundo de todas las sangres, de cholos, negros,mestizos,chinos y también a los zorros de arriba. Hay pues, razones más que suficientes para testimoniarle los homenajes y reconocimientos a este ícono e incansable defensor de nuestra realidad pluricultural y multilingui, amó entrañablemente la música y las fiestas costumbristas andinas, lo que nos hace falta es saber valorar esa sensibilidad y amor ques desplegó en vida en defensa de nuestra memoria e identidad cultural.
No debemos olvidar que un pueblo que no ama ni honra el positivo accionar de sus hijos, es una sociedad insensible que no honra ni ama su memoria. Es una sociedad vacía que padece de un inexplicable síndrome de autodestrucción, que en vez de cautelar y defender su pasado y honrar a su hijos más destacados, es capaz de honrar a delincuentes y a quienes poco o nada han aportado por el progreso y bienestar de la sociedad.
"Toda tarea cultural da al ser humano la capacidad de reflexionar sobre sí mismo. Es ella la que hace de nosotros seres humanos, racionales, críticos y éticamente comprometidos. A través de ella discernimos los valores y efectuamos opciones positivas al real servicio del pueblo".
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