Si es cierto, el panorama electoral chileno se ha venido decantando poco a poco en las últimas semanas, todavía falta bastante para que las aguas se aquieten en el movimiento perpetuo de alianzas y pactos en un año de elecciones. Los principales competidores al sillón presidencial son Eduardo Frei por la Concertación de Partidos por la Democracia y Sebastián Piñera por la “Coalición por el Cambio”, una reciente sociedad entre los ya tradicionales partidos de la derecha (UDI y RN) y un pequeño grupo de descolgados del PPD, denominado Chile Primero. La izquierda también ha escogido su candidato: Jorge Arrate, ex Ministro de Minería de Allende, ex Ministro de los gobiernos de Aylwin y Frei y ex embajador de Lagos, un socialista de toda la vida que dejó las filas del partido para construir un “Nuevo Pacto Democrático y Popular”, un referente que junto a los partidos de la izquierda extra-parlamentaria (PC, PH, IC) congregada en torno al “Juntos Podemos”, ha levantado su candidatura con un fuerte sello Allendista.
Con bastante menor expresión, aparecen otros dos referentes surgidos también de sendas escisiones de la Concertación. Con una inclinación más conservadora, el Partido Regionalista de los Independientes (PRI) formado por militantes disidentes de la Democracia Cristiana, tiene en Adolfo Zaldívar a su figura más destacada, el cual se ha autoproclamado candidato presidencial. Finalmente, otra facción que se escindió del Partido Socialista en octubre del año pasado, ha conformado el Movimiento Amplio Social, que levantó al Senador Alejandro Navarro como su abanderado presidencial.
Sin embargo, para complicar aún más este escenario, desde las mismas filas socialistas ha surgido repentinamente un nuevo candidato. Marco Enríquez-Ominami, hijo del asesinado líder del MIR Miguel Enríquez (hoy día transformado en el gran icono de la izquierda revolucionaria chilena). Marco es un diputado joven, mezcla de galán juvenil, cineasta y filósofo, que vivió su infancia y adolescencia en Europa. Con un visual moderno e ideas contradictorias sobre economía y sociedad, se ha encumbrado en las encuestas con sorprendente velocidad, llegando a pasar el 10 por ciento de intención de votos, tendencia que puede seguir aumentando en las próximas semanas, configurando una nueva interrogante en el escenario de las candidaturas.
Los cambios en el padrón electoral
Hace un mes atrás la presidenta Michelle Bachelet promulgó la Reforma Constitucional que establece la inscripción automática en los Registros Electorales y el voto voluntario, quedando pendiente sólo la promulgación de la Ley Orgánica que regulará el proceso de incorporación de los nuevos electores. El proyecto de ley enviado por el Ejecutivo supone que se afiliaran todas aquellas personas mayores de 17 años nacidas en Chile, los nacidos en extranjero de padre o madre chileno (que vivan al menos un año en el país) y los extranjeros nacionalizados con derecho a voto. Esta nómina será actualizada mensualmente por medio de un informe que enviará el Registro Civil al Servicio Electoral.
Lo anterior representa sin lugar a dudas una importante modificación del padrón electoral vigente hasta ahora, abriéndose la posibilidad de inscripción de cerca de cuatro millones de chilenos y chilenas no inscritos, la gran mayoría de los cuales son jóvenes. En los hechos, la nueva ley no significa que estos cerca de 4 millones de personas pasen a formar parte del padrón electoral en forma automática, pues este proceso será realizado en forma lenta al momento de efectuar el trámite para obtener la cédula de identidad. Con todo se espera que un número importante de jóvenes con más de 18 años se incorporen como futuros votantes, superando con creces el escaso treinta por ciento (30%) de los jóvenes entre 18 y 29 años que actualmente se encuentran inscritos en los registros electorales
¿Que implicancias puede tener este aumento drástico del voto juvenil? En realidad existe bastante incertidumbre de cual podría ser el impacto que va a tener esta participación electoral en las elecciones presidenciales y parlamentarias de diciembre próximo. Una conclusión de sentido común nos dice que el voto de los jóvenes debiera inclinarse hacia un proyecto progresista o de izquierda, considerando que una tendencia “natural” de este grupo etáreo se vincula a los ideales de justicia social, opción por el cambio y rebelión, anhelos que encarnarían mejor los partidos de izquierda o progresistas. Sin embargo, una reciente encuesta realizada a lo largo del país, revela que la intención de voto de los jóvenes se orienta mayoritariamente hacia el representante de la derecha en la próxima contienda presidencial.
En efecto, un porcentaje significativo de jóvenes estaría dispuesto a elegir a Sebastián Piñera (38%) con relación a Eduardo Frei que obtiene un 31% en este segmento de los electores (18-25 años). Junto con ello, es interesante consignar que la intención de voto entre los no inscritos es incluso mayor en el caso de Piñera, que obtiene un 41% frente al candidato de la Concertación que sólo concita una adhesión del 28%. Es decir, contra las previsiones más simples, tanto entre los jóvenes como entre los que aún no se encuentran inscritos en los registros, a esta altura de la campaña la intención de voto para el abanderado de la derecha es claramente superior.
[1]El candidato de la derecha se presenta además como una especie de Obama chileno, anunciando una renovación de las prácticas políticas y prometiendo una administración eficiente, transparente y honesta, en síntesis, representa “el cambio”. Así, los ideólogos de la derecha señalan que un aspecto central en la campaña de su abanderado debiera ser “atraer a la gente que no le gusta la actual forma de hacer política, pero que está dispuesta a entrar para cambiarla”, un discurso orientado a ese enorme conglomerado de jóvenes descontentos con las viejas generaciones que siguen dominando la escena política chilena.
A pesar de que la embestida derechista se ha sustentado en el desgaste que ha venido sufriendo el pacto gobiernista en sus casi 20 años en el poder, no menos cierto es que el propio Piñera ya se encuentra en una fase de declive, la que se ha acentuado bastante en las últimas semanas. Actitudes populistas y de efecto publicitario han tenido más bien una respuesta de rechazo por parte del electorado en general e incluso de sus propios socios en la Alianza por Chile. Su asociación con sectores desgajados del PPD ha sido interpretado como un gesto de astucia, oportunista y más bien carente de ética, que como una apuesta serie en ampliar la base de apoyo para un programa pluralista de modernización y cambio.
Por su parte, el representante oficialista se encuentra en una situación de estancamiento. A pesar de colocar rostros jóvenes en su comando, Eduardo Frei hereda la pesada carga de la Concertación -originalmente un bloque de partidos que encarnaban las aspiraciones democráticas de la ciudadanía- que se fue convirtiendo demasiado rápidamente en un acuerdo cupular restricto a un pequeño número de conspicuos dirigentes y “operadores” profesionales vinculados al engranaje de sus respectivas máquinas partidarias, distanciados irreversiblemente de sus militantes de base y de la población en general. En una tentativa tardía por representar al mundo popular y a los sectores excluidos del sistema político vigente, la Concertación ha firmado un pacto con el Partido Comunista para apoyarse mutuamente en la justa parlamentaria y de esta manera, posibilitar que este último consiga elegir dos o tres diputados para el próximo periodo y de paso, asegurase el apoyo de los comunistas en una -casi cierta- segunda vuelta electoral.
En este escenario ha surgido la figura de Enríquez-Ominami, llamado de díscolo, por su negativa a someterse a la orden partidaria (socialista) de apoyar al candidato oficial de la Concertación. De estilo jovial y con un discurso que enfatiza la necesidad de renovar los rostros de la política, este diputado ha concitado una significativa adhesión entre aquellos votantes con menos de 35 años, capturando simultáneamente la intención del voto juvenil de los dos candidatos con más opciones.
Continúa la incertidumbre
Dejando a un lado el “fenómeno” Bachelet
[2], cualquier radiografía de la situación electoral puede ser errática, debido a la dinámica en curso y a las efectivas posibilidades de que opciones presentes pueden cambiar en los próximos meses. Ello puede depender de varios factores.
Un elemento importante a tomar en cuenta es el impacto de la crisis económica mundial en el desarrollo de la actividad interna. Los indicadores económicos han tenido un desempeño mediocre en los últimos meses y la población está experimentando cotidianamente los efectos de la baja en el crecimiento, la restricción del crédito y el alza de los alimentos y, en general, el clima de incertidumbre que se abate sobre todos los agentes económicos. El desempleo para el último trimestre móvil llegó al 8,5%, lo cual representa un aumento de 1,2% con relación a igual periodo del año anterior. Ante este panorama el gobierno ha creado un plan de crédito de apoyo a las pequeñas empresas con subsidios para la compra de equipos, capacitación y, lo más importante, reprogramación de las deudas contraídas. Si estas y otras medidas tomadas por el Ejecutivo no son suficientes para revertir los impactos de la crisis en el ámbito interno, es altamente probable que los sentimientos de inseguridad, desesperanza y temor al futuro sean traspasados a la coalición de gobierno.
Y frente a la crisis el voto conservador o sin una fuerte base doctrinal (electorado precario en palabras de Antonio Cortés Terzi)
[3] se torna aún más conservador. Por eso, es importante monitorear y evaluar el desarrollo o evolución de la crisis para tener una idea más aproximada de lo que podrían venir a ser las tendencias del electorado.
Otro aspecto a ser considerado dice relación con el grado de cohesión o desgajamiento que siga experimentando el bloque de gobierno. Efectivamente, todas las renuncias, salidas y desmembramientos hacia la derecha o la izquierda de la Concertación, representan claros indicios de la etapa de descomposición o de crisis terminal que enfrenta este conglomerado, crisis que no sólo enuncia un agotamiento del proyecto progresista y ciudadano que aspiraba construir, como también indica su incapacidad para “disciplinar” a sus diversos componentes en torno a un objetivo más concreto, que le permita dar continuidad en el plano administrativo a un quinto gobierno.
Se puede interpretar esta indisciplina precisamente a partir del desencanto que ha implicado la decadencia de una opción que se sustentaba durante mucho tiempo como alternativa al dilema democracia versus autoritarismo, pero que no ha encontrado fuerzas para reciclarse y dar un paso que le permita transformarse en una proyecto país que desmonte la estructura heredada de la dictadura y se vincule a una nueva cultura política asentada en la equidad, inclusión y participación democrática.
Del conjunto de factores apuntados anteriormente podemos extraer dos conclusiones. La primera es que aún en la eventualidad de que la Concertación obtenga un triunfo en la próxima contienda electoral, este conglomerado se encuentra cerrando un ciclo iniciado en 1998 (año del plebiscito) y su propensión al fraccionamiento debe continuar, ante lo cual parecen quedar sólo dos salidas: pensar en una renovación radical o decidir francamente su auto-disolución.
Una segunda conclusión es que en todos los escenarios probables, la tendencia apunta a que el próximo gobierno deberá situarse más a la derecha que la actual administración Bachelet, lo cual representa un claro retroceso con relación a los avances alcanzados en materias tales como respeto a la diversidad, inclusión, protección social y, especialmente, en lo concierne a una mayor democratización de la sociedad chilena. Todo esto se daría además en el marco de una oposición de izquierda fragilizada y restringida por los compromisos electorales que ha asumido el Partido Comunista.