Mariano Aronés Palomino
Hace poco más de quinientos años Pizarro y el cura Valverde le alcanzaron a Atahualpa la Biblia. Éste sin saber de qué se trataba lo sacudió, lo llevó a su oído pretendiendo escuchar algo y al no oír nada lo tiró por los suelos. El cura Valverde gritó que su “santa religión” había sido echada por los suelos, justificando así la conquista de quienes se habían atrevido afrentar la “palabra de Dios”.
Quinientos años después, el conquistador Alan García se atreve a conquistar la selva peruana, pero esta vez, ya no usa la Biblia como pretexto, sino la Constitución y las leyes peruanas que encarnan la palabra del Dios llamado liberalismo, inversión privada y de los otros tantos dioses que tienen que ver con el llamado modernidad y desarrollo.
Sin embargo el pretexto no surtió efecto, pues, esta vez, los que iban a ser conquistados, no se tragaron el cuento y respondieron contundentemente. Quienes llevaron la peor parte, fueron, como siempre, los policías, “carnes de cañón” de un estado policíaco y fascista, que los maltrata en sus derechos laborales y en sus derechos sociales. El conquistador García no tuvo más remedio que hacerla, una vez más, de sepulturero, e invocando la idea de patria, que dicho sea de paso, es hueco, los declaraba héroes que brindaron sus vidas en defensa de la “ley” y el “orden”. De los caídos en el otro bando no se sabe mucho y tal vez nunca se sepa, como tampoco se sabe de los miles de desaparecidos durante el primer gobierno del ahora conquistador García. Pero de seguro sus cuerpos se desasearán en el monte, se reciclarán con la tierra, con la lluvia, irán a parar a los lagos, a los ríos y habrán cumplido con el mandato de sus dioses; pues hasta donde sé en la selva hombre y naturaleza se encuentran íntimamente ligados. A ellos no se les declara héroes porque no son patriotas como los policías caídos, no se les cubre con la bandera peruana porque no les pertenece; porque la patria y la bandera fue creada por los antecesores de los de acá. La idea de patria es un artificio sesgado y por eso jamás sus familiares merecerán la más mínima condolencia. Si un mínimo de pudor tuvieran los que nos gobiernan deberían ser sinceros y sincerar que los policías murieron en defensa de las grandes transnacionales que desde el día siguiente en que llegaron Pizarro y sus secuaces succionan inmisericordiamente la riqueza del país. Los policías no defendieron la patria como repite su jefa Mecedes Cabanillas, sino que la defienden a ella y a quienes ella defiende, es decir a los nuevos “dueños del Perú”. No defendieron a los selváticos y sus intereses porque desde la conquista se convirtieron en parias y extranjeros en su propio pueblo. Ya Arguedas denunciaba en su hermosa novela “Yawar Fiesta” de cómo los indios de Puquio eran despojados de sus tierras gracias a la complicidad de los jueces y curas; y un poco más antes Mariátegui hablaba de que la peruanidad no era más que una formación costeña, que a los herederos legítimos de estas tierras no les quedaba sino la tierra dura. De seguro que los que auspiciaban estos despojos escribían artículos con el título de “el síndrome del perro del hortelano” en periódicos oficialistas de la época, en el que argüían como arguyó Alan García en su artículo con igual título en el sentido de que “Hay millones de hectáreas para madera que están ociosas, otros millones de hectáreas que las comunidades y asociaciones no han cultivado ni cultivarán, además cientos de depósitos minerales que no se pueden trabajar y millones de hectáreas de mar a los que no entran jamás la maricultura ni la producción. Los ríos que bajan a uno y otro lado de la cordillera son una fortuna que se va al mar sin producir energía eléctrica. Hay, además, millones de trabajadores que no existen, aunque hagan labores, pues su trabajo no les sirve para tener seguro social o una pensión más adelante, porque no aportan lo que podrían aportar multiplicando el ahorro nacional” (El Comercio 28/10/09). Esta filosofía “hortelaniana” no era más que la versión moderna de la filosofía del saqueo que acompañó el espíritu aventurero de Pizarro y sus compinches. Recuérdese que en la Isla del Gallo Pizarro trazó una línea sobre el suelo instando a sus compinches a que se pasaran en dirección del sur porque los millones de hectáreas de tierras que los esperaban eran prodigiosas en oro y plata. Y seguramente en ese instante también se le prendió el foco e inventó aquella leguleyada por la cual nuestro actual presidente grita a voz en cuello que las riquezas del subsuelo nos pertenecen a todos los peruanos y que solo la superficie del suelo pertenece a quienes viven sobre ella.
El Perú es hija de la conquista y es ese pecado original que no nos permite vivir en paz. Hay la necesidad de extirpar ese pecado, pero eso no pasa por decir simplemente que las leyes que se dieron no afectan en nada los derechos de los selváticos y sentémonos a encontrar un ápice de artículo que hable de tal afectación, entonces lo arreglamos. Ésa lógica es colonial, pues es un eufemismo que dice que los selváticos son unos brutos y que emprenden una lucha sin razón y sin sentido. Al final de cuentas somos gobernados por los herederos de Pizarro, del cura Valverde, de Arreche, de Deustua y de Villarán. Kuchinski decía que quienes votamos por Ollanta en el ande peruano, lo habíamos hecho porque nos faltaba oxigeno, lo cual no nos permitía pensar bien. Y Aldo Mariátegui fruncía su nariz por tener una congresista que apenas sabía escribir. Ciertamente constaba la existencia de gente estúpida que solo saben leer y escribir.
El problema pasa por superar la incapacidad de nuestra clase política de no comprender los códigos que subyacen las protestas sociales en el país, que no solo expresan su malestar frente al Estado y una modernidad que solo piensa en satisfacer el apetito de un mundo sediento de materia prima, sino también forma parte de una lógica distinta de entender la vida, el bienestar y el desarrollo. El conquistador García y sus secuaces invocan insistentemente el estado de derecho y la constitución que deben prevalecer y ser respetado. ¿La constitución del 93, a parte de ser espuria porque sirvió para legitimar el saqueo escandaloso del país por parte de los dos más grandes miserables de nuestra historia como Fujimori y Montesinos, habrá consignado la rúbrica de un dirigente Aguaruna o Machiguenga? ¿Quiénes formaron parte del pacto social y político subyacente en la constitución peruana? La nación peruana es hueca, vacía porque se sustenta en una construcción imaginada. Somos peruanos porque inventaron una bandera y nos hicieron creer que nuestro territorio comienza en Tacna y termina en Tumbes; que por el oeste comienza en donde comienzan las 200 millas del mar y que por el este termina en Loreto y Madre de Dios. Es la versión del Perú oficial que es a la vez una versión vertical, porque niega las “otras” formas de imaginar la patria y la nación. Para los pobladores del altiplano, tanto de Bolivia como de Perú, sus ideas de patria no terminan en la línea imaginaria trazada sobre el lago Titicaca y que representa la frontera entre estos dos países, sino que trascienden estas formas de imaginar la patria y hasta cierto punto no tienen límites o, en todo caso, sus límites terminan, donde terminan su capacidad de operar social y económicamente en este espacio. Los pobladores de Arica cruzan permanentemente la frontera del Perú para comprar cosas en Tacna y los de Tacna también cruzan la frontera de Chile para llevar turistas a Arica. Recuerdo a un amigo ariqueño cantar las canciones de Carmencita Lara y del gran Chacalón, intentándose liberar de un chauvinismo estúpido. Recuerdo también a una amiga mapuche decir que era mapuche de nacimiento y chilena por imposición. Recuerdo también a un amigo de la parte norte de chile identificarse más como aymara y no como chileno. Muchos pobladores de Caballo Cocha en el noreste del Loreto mandan a sus hijos a estudiar al otro lado del río en la ciudad brasileña de Santa Lucía, perteneciente a Brasil. Lo que digo es que la idea de patria y nación propugnada por quienes nos gobiernan no tiene de donde sostenerse. Hasta qué punto las poblaciones no son legítimos dueños del suelo y subsuelo de los territorios donde viven. Porque agotar la idea en que el suelo es propiedad de ellos y que el subsuelo es de todos peruanos. ¿Quiénes son los peruanos? ¿Los peruanos de adeveras o los peruanos ficticios? ¿Por qué antes de hablar de peruanos no habamos de aguarunas, de shipibos o ashaninkas y que las idea de patria y nación vengan de arriba sino de abajo?
Nos gritan a cada instante que el Perú debe apuntar a la modernidad, que debe ser el primer país en petróleo, en oro y en plata. Pero habemos gente que no reducimos nuestras vidas a una modernidad que endiosa el dinero y las cifras macroeconómicas y entonces merecemos ser escuchadas. Los secuaces del gobierno dicen que no pueden dialogar con gente que amenaza con un revolver en la nuca, refriéndose a la supuesta intransigencia del dirigente Pizango. ¿A caso la constitución, no es una forma de revolver con el cual el gobierno tiende a totalizar la sociedad peruana? Entonces el discurso político pierde legitimidad, además nunca lo tuvo. Insisto se trata de lógicas distintas de entender la vida, la modernidad y el desarrollo; conciliarlas no parte por negar la capacidad del otro de pensar o imaginar. De otra manera el conquistador García y su gobierno se habrán de convertir en la más grande funeraria del país. Aunque, claro, ya lo es. Recuérdese que carga sobre su espalda los muertos del El Frontón, de Cayara, de Accomarcaca y muchos otros tantos pueblos que perecieron bajo las botas de los Clemente Noeles, de los Telmo Hurtados y de los Martín Rivas.
Quinientos años después, el conquistador Alan García se atreve a conquistar la selva peruana, pero esta vez, ya no usa la Biblia como pretexto, sino la Constitución y las leyes peruanas que encarnan la palabra del Dios llamado liberalismo, inversión privada y de los otros tantos dioses que tienen que ver con el llamado modernidad y desarrollo.
Sin embargo el pretexto no surtió efecto, pues, esta vez, los que iban a ser conquistados, no se tragaron el cuento y respondieron contundentemente. Quienes llevaron la peor parte, fueron, como siempre, los policías, “carnes de cañón” de un estado policíaco y fascista, que los maltrata en sus derechos laborales y en sus derechos sociales. El conquistador García no tuvo más remedio que hacerla, una vez más, de sepulturero, e invocando la idea de patria, que dicho sea de paso, es hueco, los declaraba héroes que brindaron sus vidas en defensa de la “ley” y el “orden”. De los caídos en el otro bando no se sabe mucho y tal vez nunca se sepa, como tampoco se sabe de los miles de desaparecidos durante el primer gobierno del ahora conquistador García. Pero de seguro sus cuerpos se desasearán en el monte, se reciclarán con la tierra, con la lluvia, irán a parar a los lagos, a los ríos y habrán cumplido con el mandato de sus dioses; pues hasta donde sé en la selva hombre y naturaleza se encuentran íntimamente ligados. A ellos no se les declara héroes porque no son patriotas como los policías caídos, no se les cubre con la bandera peruana porque no les pertenece; porque la patria y la bandera fue creada por los antecesores de los de acá. La idea de patria es un artificio sesgado y por eso jamás sus familiares merecerán la más mínima condolencia. Si un mínimo de pudor tuvieran los que nos gobiernan deberían ser sinceros y sincerar que los policías murieron en defensa de las grandes transnacionales que desde el día siguiente en que llegaron Pizarro y sus secuaces succionan inmisericordiamente la riqueza del país. Los policías no defendieron la patria como repite su jefa Mecedes Cabanillas, sino que la defienden a ella y a quienes ella defiende, es decir a los nuevos “dueños del Perú”. No defendieron a los selváticos y sus intereses porque desde la conquista se convirtieron en parias y extranjeros en su propio pueblo. Ya Arguedas denunciaba en su hermosa novela “Yawar Fiesta” de cómo los indios de Puquio eran despojados de sus tierras gracias a la complicidad de los jueces y curas; y un poco más antes Mariátegui hablaba de que la peruanidad no era más que una formación costeña, que a los herederos legítimos de estas tierras no les quedaba sino la tierra dura. De seguro que los que auspiciaban estos despojos escribían artículos con el título de “el síndrome del perro del hortelano” en periódicos oficialistas de la época, en el que argüían como arguyó Alan García en su artículo con igual título en el sentido de que “Hay millones de hectáreas para madera que están ociosas, otros millones de hectáreas que las comunidades y asociaciones no han cultivado ni cultivarán, además cientos de depósitos minerales que no se pueden trabajar y millones de hectáreas de mar a los que no entran jamás la maricultura ni la producción. Los ríos que bajan a uno y otro lado de la cordillera son una fortuna que se va al mar sin producir energía eléctrica. Hay, además, millones de trabajadores que no existen, aunque hagan labores, pues su trabajo no les sirve para tener seguro social o una pensión más adelante, porque no aportan lo que podrían aportar multiplicando el ahorro nacional” (El Comercio 28/10/09). Esta filosofía “hortelaniana” no era más que la versión moderna de la filosofía del saqueo que acompañó el espíritu aventurero de Pizarro y sus compinches. Recuérdese que en la Isla del Gallo Pizarro trazó una línea sobre el suelo instando a sus compinches a que se pasaran en dirección del sur porque los millones de hectáreas de tierras que los esperaban eran prodigiosas en oro y plata. Y seguramente en ese instante también se le prendió el foco e inventó aquella leguleyada por la cual nuestro actual presidente grita a voz en cuello que las riquezas del subsuelo nos pertenecen a todos los peruanos y que solo la superficie del suelo pertenece a quienes viven sobre ella.
El Perú es hija de la conquista y es ese pecado original que no nos permite vivir en paz. Hay la necesidad de extirpar ese pecado, pero eso no pasa por decir simplemente que las leyes que se dieron no afectan en nada los derechos de los selváticos y sentémonos a encontrar un ápice de artículo que hable de tal afectación, entonces lo arreglamos. Ésa lógica es colonial, pues es un eufemismo que dice que los selváticos son unos brutos y que emprenden una lucha sin razón y sin sentido. Al final de cuentas somos gobernados por los herederos de Pizarro, del cura Valverde, de Arreche, de Deustua y de Villarán. Kuchinski decía que quienes votamos por Ollanta en el ande peruano, lo habíamos hecho porque nos faltaba oxigeno, lo cual no nos permitía pensar bien. Y Aldo Mariátegui fruncía su nariz por tener una congresista que apenas sabía escribir. Ciertamente constaba la existencia de gente estúpida que solo saben leer y escribir.
El problema pasa por superar la incapacidad de nuestra clase política de no comprender los códigos que subyacen las protestas sociales en el país, que no solo expresan su malestar frente al Estado y una modernidad que solo piensa en satisfacer el apetito de un mundo sediento de materia prima, sino también forma parte de una lógica distinta de entender la vida, el bienestar y el desarrollo. El conquistador García y sus secuaces invocan insistentemente el estado de derecho y la constitución que deben prevalecer y ser respetado. ¿La constitución del 93, a parte de ser espuria porque sirvió para legitimar el saqueo escandaloso del país por parte de los dos más grandes miserables de nuestra historia como Fujimori y Montesinos, habrá consignado la rúbrica de un dirigente Aguaruna o Machiguenga? ¿Quiénes formaron parte del pacto social y político subyacente en la constitución peruana? La nación peruana es hueca, vacía porque se sustenta en una construcción imaginada. Somos peruanos porque inventaron una bandera y nos hicieron creer que nuestro territorio comienza en Tacna y termina en Tumbes; que por el oeste comienza en donde comienzan las 200 millas del mar y que por el este termina en Loreto y Madre de Dios. Es la versión del Perú oficial que es a la vez una versión vertical, porque niega las “otras” formas de imaginar la patria y la nación. Para los pobladores del altiplano, tanto de Bolivia como de Perú, sus ideas de patria no terminan en la línea imaginaria trazada sobre el lago Titicaca y que representa la frontera entre estos dos países, sino que trascienden estas formas de imaginar la patria y hasta cierto punto no tienen límites o, en todo caso, sus límites terminan, donde terminan su capacidad de operar social y económicamente en este espacio. Los pobladores de Arica cruzan permanentemente la frontera del Perú para comprar cosas en Tacna y los de Tacna también cruzan la frontera de Chile para llevar turistas a Arica. Recuerdo a un amigo ariqueño cantar las canciones de Carmencita Lara y del gran Chacalón, intentándose liberar de un chauvinismo estúpido. Recuerdo también a una amiga mapuche decir que era mapuche de nacimiento y chilena por imposición. Recuerdo también a un amigo de la parte norte de chile identificarse más como aymara y no como chileno. Muchos pobladores de Caballo Cocha en el noreste del Loreto mandan a sus hijos a estudiar al otro lado del río en la ciudad brasileña de Santa Lucía, perteneciente a Brasil. Lo que digo es que la idea de patria y nación propugnada por quienes nos gobiernan no tiene de donde sostenerse. Hasta qué punto las poblaciones no son legítimos dueños del suelo y subsuelo de los territorios donde viven. Porque agotar la idea en que el suelo es propiedad de ellos y que el subsuelo es de todos peruanos. ¿Quiénes son los peruanos? ¿Los peruanos de adeveras o los peruanos ficticios? ¿Por qué antes de hablar de peruanos no habamos de aguarunas, de shipibos o ashaninkas y que las idea de patria y nación vengan de arriba sino de abajo?
Nos gritan a cada instante que el Perú debe apuntar a la modernidad, que debe ser el primer país en petróleo, en oro y en plata. Pero habemos gente que no reducimos nuestras vidas a una modernidad que endiosa el dinero y las cifras macroeconómicas y entonces merecemos ser escuchadas. Los secuaces del gobierno dicen que no pueden dialogar con gente que amenaza con un revolver en la nuca, refriéndose a la supuesta intransigencia del dirigente Pizango. ¿A caso la constitución, no es una forma de revolver con el cual el gobierno tiende a totalizar la sociedad peruana? Entonces el discurso político pierde legitimidad, además nunca lo tuvo. Insisto se trata de lógicas distintas de entender la vida, la modernidad y el desarrollo; conciliarlas no parte por negar la capacidad del otro de pensar o imaginar. De otra manera el conquistador García y su gobierno se habrán de convertir en la más grande funeraria del país. Aunque, claro, ya lo es. Recuérdese que carga sobre su espalda los muertos del El Frontón, de Cayara, de Accomarcaca y muchos otros tantos pueblos que perecieron bajo las botas de los Clemente Noeles, de los Telmo Hurtados y de los Martín Rivas.
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