Por: Antenor Maraví Izarra (*)
Un antiguo poema árabe describe, más o menos, así: “Cuando un maestro muere, la luna y el sol se abrazan dibujando en el firmamento un eclipse de tristeza por su partida, la luz se oscurece y hasta el viento ulula triste”.
En ese otero, ciertamente, aquí o en cualquier lugar, cuando muere un maestro, pese a los nubarrones y los constantes maltratos que los gobernantes de turno suelen regalarle, por encima de la ingratitud de quiénes fueron sus alumnos, tañe en el alma las campanas de tristeza de un pueblo, y más aún si para algunos, - como es el caso del que escribe estas líneas fue un amigo entrañable - esa inesperada ausencia que ya no permitirá compartir su peculiar alegría y sus inolvidables tertulias, duele porque en alguna oportunidad no se le ha sabido valorar en su real dimensión.
Alejandro Gracilazo Maldonado, partió al más allá el último viernes, quién en vida, ora como maestro, ora como deportista (integrante de la selección de basketball de Ica), y ora como amigo, fue siempre noble y generoso, aquiescente, y fundamentalmente fue un hombre sencillo, los diversos cargos que desempeñó en la administración educativa, nunca lo envanecieron, fue transparente como el agua de un buen manantial.
De nacimiento moqueguano, egresado de la Universidad Nacional Enrique Guzmán y Valle, - más conocida como La Cantuta - escogió Ica como el escenario de su labor pedagógica, iniciando sus labores en las aulas del bicentenario Colegio San Luis Gonzaga, y gracias a sus cualidades de maestro esforzado y su don de gentes, fue promovido a desempeñar con eficiencia la dirección del naciente Colegio Víctor M. Maurtua de Parcona, posteriormente asumió la dirección de dos Núcleos Educativos de Ica, en los inolvidables años de la Reforma Educativa. En reconocimiento a su positiva labor fue designado como Director Departamental de Educación de Ica.
Es autor de dos importantes libros de carácter pedagógico: a) Administración de escuelas primarias y colegios secundarios, y b) El Arte de enseñar (Didáctica para la educación superior). En reconocimiento a su proficua labor fue condecorado con las Palmas Magisteriales.
En estas líneas, lo recuerdo como el depositario de una amistad sincera, que nunca debe morir en el recuerdo de sus amigos. Me refiero a esa amistad que algún escritor anónimo lo comparó con una cajita de cristal. Este escritor decía: La amistad es una cajita de cristal. Pequeña, transparente, donde guardas allí dentro todos tus pensamientos, ideas, alegrías y recuerdos.
Un cristal fino donde te reflejas, donde inclusive a veces navegan tus sueños y tertulias, abrazadas a inolvidables noches de bohemia. Son porciones de tus vivencias que quisieras que nunca se rayen. Y es que, un verdadero amigo es más que una persona que, de pronto de manera inesperada lo encontraste en el camino, y luego lo guardaste en esa cajita de cristal, cuidadosamente acomodado en su interior con recíproca simpatía y aprecio.
Descansa pues, en paz, apreciado amigo Alejandro, que siempre estarás para todos tus amigos en esa cajita de vidrio de nuestros gratos recuerdos.
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