Corrupción en el Perú:TIEMPO DE EXIGIR CUENTAS
Antenor Maraví Izarra
En su discurso del 28 de Julio, el presidente García, de los 90 minutos que duró su mensaje, escasamente utilizó menos de un minuto referido a la corrupción, para anunciar la construcción de un nuevo penal en la selva para castigar a quienes incurran en este delito, sin precisar el lugar ni las características de este demagógico impromptu. Lo cierto es que, en ese cielo de elucubraciones rimbombantes al que nos tiene acostumbrados, nuestro presidente, los tentáculos y despropósitos de esta peste social que tanto daño ha causado en el país, siguen creciendo cada vez más fétidas y protegidas por esa vieja caparazón de la impunidad.
En esa especie de pandemia social en que vivimos, esa imagen de inmoralidad sin límites que agobia al país, no solo sigue latente sino que se ha fortalecido. Hay un cinismo nunca visto antes, donde los operadores de los denominados faenones, con todo desparpajo se dan el lujo de declarar ante los medios de comunicación, transmiten mensajes de doble intención, condicionan a jueces y gozan de patentes de corzo y la elocuencia del silencio cómplice y la ceguera de quiénes hoy nos gobiernan.
Este cuerpo purulento de nuestra realidad nacional, infestado de tantos truhanes y traficantes de todo pelaje, ciertamente es de vieja data, pero nunca como ahora han gozado entre angas y mangas de tantos privilegios y el visor complaciente de quien hoy se pavonea en el viejo sillón de Pizarro.
Para nadie es un secreto la existencia de organizaciones y mafias colegiadas, como el caso de Rómulo León y Don Bieto, constituidas exprofesamente para delinquir con el apoyo partidario en cargos claves, denominados de confianza, donde la corruptela con toda felonía y cinismo articulan una serie de decisiones oscuras, en detrimento de las justas exigencias y aspiraciones de los pueblos, tal el caso de Ica que, hasta la fecha no se sabe con exactitud en que se han invertido los 1234 millones de nuevos soles que dicen haber destinado para la reconstrucción de las zonas devastadas, igualmente sigue ignorándose sobre el destino y la cantidad de los donativos internacionales. Hay una cueva oscura y nauseabunda llena de ladrones y traficantes de toda laya, a las que, ni los oídos ni los ojos del presidente, - a quien hemos elegido tapándonos la nariz - se resisten a ver y escuchar el clamor del pueblo, ese pueblo donde la pobreza es inmemorial y roe todos los días, sus sueños y anhelos de dignidad humana.
Sin embargo, en este país de las palabras devaluadas y promesas incumplidas y negadas tantas veces, como Judas negó y vendió a Jesús, sirven en alta voz para lotizar nuestra selva a los mercaderes del petróleo, sirven para perseguir a quiénes demandan justicia y respeto a sus tierras comunales. Seguimos hablado a media voz en medio de una turbulencia de exigencias sociales y económicas, con conflictos segmentados de larga data, buscando impenitentes aquello que los sociólogos denominan gobernabilidad, donde el mandatario, antes que todo tiene el deber y la responsabilidad de atender las demandas de su pueblo.
¿Cómo Salir de esta cueva de Alí Babá?
En los años 70, cuando gobernaba el país el presidente Juan Velasco Alvarado, ante la fraternal visita del general Raúl Castro, hoy presidente del Gobierno revolucionario de Cuba, uno de los ministros del Perú, le solicitó su opinión cómo solucionar la corrupción imperante en aquellos años. Entre bromas y palmetazos, Castro en la creencia de que eran pocos, sugirió como medida ejemplarizadora cortar una de las manos, al que su interlocutor le respondió, que el Perú se convertiría en un país de mancos. Y es que al margen de la anécdota que es real, siempre hemos convivido con esa pus purulenta, tantas veces denunciadas hace más de un siglo por Gonzáles Prada, en estos tiempos de neoliberalismo galopante, se enseñorea cada vez más como el vergonzante ranking de que estamos a un paso de convertirnos como el mayor exportador de drogas en el mundo.
No existe una política transparente ni decisiones planificadas y coherentes de una real lucha contra la corrupción. Acaban de designar al ex Contralor General de la República Genaro Matute, como Coordinador de la Comisión de Alto Nivel contra la corrupción, pero este señor de las oportunidades, durante su gestión, absolutamente no hizo nada por erradicar ni exigir sanciones moralizadoras sobre variados hallazgos delictivos detectados en Ica, su tierra, que por indefensión y carencia de voluntad moralizadora, estas investigaciones, fueron oleadas y sacramentadas, quedando libres de polvo y paja los denunciados ante el Poder Judicial.
En el caso de los alimentos sobrevalorados del SIS, adquiridos para los damnificados del terremoto en Pisco, cuando la ex jefa de la Oficina Nacional de Anticorrupción(ONA) Carolina Lizárraga, dispuso. la detención preliminar de cinco integrantes de esta mafia, el ex contralor le declaró la guerra, aduciendo que invadía a sus fueros, a la que extrañamente, tampoco el Poder Ejecutivo le brindó apoyo alguno, obligándola finalmente a renunciar. Esa es la realidad monda y lironda, de los afanes moralizadores de nuestro actual gobernante de turno.
Hay que extirpar la banalidad del mal
Cuanta razón tuvo el poeta, Sebastián Salazar Bondy, cuando dijo: Mi país es un banquete de ubres,/ un templo de ceremoniales crueles,/ donde todos los días crucifican su dignidad. Esta clamorosa constatación, no es más que el fiel reflejo de que en el Perú las instituciones son puramente formales, que no significan garantía para nadie, salvo para aquel que lo controla. Con los poderes del Estado totalmente sometidos al Ejecutivo, sin debates, como en los viejos tiempos del fujimorismo, en absoluto no quiere escuchar ni hacer respetar las demandas del pueblo.
Cerrar el paso a la corrupción y la impunidad es imprescindible, pero no basta denunciarla. Es necesario fortalecer y exigir a las instituciones y organismos encargados de ejercer el control y la aplicación de sanciones ejemplarizadoras con mecanismos eficaces de fiscalización que permitan detectar a tiempo e impedir su desarrollo. Hay que luchar contra esta realidad asfixiante, de otro modo estaríamos aceptando resignados ver como se entroniza lo que Hannah Arendt llamaba la “banalidad del mal”.
No hay peligro más grave para la democracia que la impunidad, que devora el capital político, social y moral de un país, y abre las puertas para la presencia devastadora de esa delincuencia de cuello y corbata. Es tiempo de exigir cuentas a quiénes tienen la responsabilidad de prevenir, investigar y sancionar esta peste social.
En esa especie de pandemia social en que vivimos, esa imagen de inmoralidad sin límites que agobia al país, no solo sigue latente sino que se ha fortalecido. Hay un cinismo nunca visto antes, donde los operadores de los denominados faenones, con todo desparpajo se dan el lujo de declarar ante los medios de comunicación, transmiten mensajes de doble intención, condicionan a jueces y gozan de patentes de corzo y la elocuencia del silencio cómplice y la ceguera de quiénes hoy nos gobiernan.
Este cuerpo purulento de nuestra realidad nacional, infestado de tantos truhanes y traficantes de todo pelaje, ciertamente es de vieja data, pero nunca como ahora han gozado entre angas y mangas de tantos privilegios y el visor complaciente de quien hoy se pavonea en el viejo sillón de Pizarro.
Para nadie es un secreto la existencia de organizaciones y mafias colegiadas, como el caso de Rómulo León y Don Bieto, constituidas exprofesamente para delinquir con el apoyo partidario en cargos claves, denominados de confianza, donde la corruptela con toda felonía y cinismo articulan una serie de decisiones oscuras, en detrimento de las justas exigencias y aspiraciones de los pueblos, tal el caso de Ica que, hasta la fecha no se sabe con exactitud en que se han invertido los 1234 millones de nuevos soles que dicen haber destinado para la reconstrucción de las zonas devastadas, igualmente sigue ignorándose sobre el destino y la cantidad de los donativos internacionales. Hay una cueva oscura y nauseabunda llena de ladrones y traficantes de toda laya, a las que, ni los oídos ni los ojos del presidente, - a quien hemos elegido tapándonos la nariz - se resisten a ver y escuchar el clamor del pueblo, ese pueblo donde la pobreza es inmemorial y roe todos los días, sus sueños y anhelos de dignidad humana.
Sin embargo, en este país de las palabras devaluadas y promesas incumplidas y negadas tantas veces, como Judas negó y vendió a Jesús, sirven en alta voz para lotizar nuestra selva a los mercaderes del petróleo, sirven para perseguir a quiénes demandan justicia y respeto a sus tierras comunales. Seguimos hablado a media voz en medio de una turbulencia de exigencias sociales y económicas, con conflictos segmentados de larga data, buscando impenitentes aquello que los sociólogos denominan gobernabilidad, donde el mandatario, antes que todo tiene el deber y la responsabilidad de atender las demandas de su pueblo.
¿Cómo Salir de esta cueva de Alí Babá?
En los años 70, cuando gobernaba el país el presidente Juan Velasco Alvarado, ante la fraternal visita del general Raúl Castro, hoy presidente del Gobierno revolucionario de Cuba, uno de los ministros del Perú, le solicitó su opinión cómo solucionar la corrupción imperante en aquellos años. Entre bromas y palmetazos, Castro en la creencia de que eran pocos, sugirió como medida ejemplarizadora cortar una de las manos, al que su interlocutor le respondió, que el Perú se convertiría en un país de mancos. Y es que al margen de la anécdota que es real, siempre hemos convivido con esa pus purulenta, tantas veces denunciadas hace más de un siglo por Gonzáles Prada, en estos tiempos de neoliberalismo galopante, se enseñorea cada vez más como el vergonzante ranking de que estamos a un paso de convertirnos como el mayor exportador de drogas en el mundo.
No existe una política transparente ni decisiones planificadas y coherentes de una real lucha contra la corrupción. Acaban de designar al ex Contralor General de la República Genaro Matute, como Coordinador de la Comisión de Alto Nivel contra la corrupción, pero este señor de las oportunidades, durante su gestión, absolutamente no hizo nada por erradicar ni exigir sanciones moralizadoras sobre variados hallazgos delictivos detectados en Ica, su tierra, que por indefensión y carencia de voluntad moralizadora, estas investigaciones, fueron oleadas y sacramentadas, quedando libres de polvo y paja los denunciados ante el Poder Judicial.
En el caso de los alimentos sobrevalorados del SIS, adquiridos para los damnificados del terremoto en Pisco, cuando la ex jefa de la Oficina Nacional de Anticorrupción(ONA) Carolina Lizárraga, dispuso. la detención preliminar de cinco integrantes de esta mafia, el ex contralor le declaró la guerra, aduciendo que invadía a sus fueros, a la que extrañamente, tampoco el Poder Ejecutivo le brindó apoyo alguno, obligándola finalmente a renunciar. Esa es la realidad monda y lironda, de los afanes moralizadores de nuestro actual gobernante de turno.
Hay que extirpar la banalidad del mal
Cuanta razón tuvo el poeta, Sebastián Salazar Bondy, cuando dijo: Mi país es un banquete de ubres,/ un templo de ceremoniales crueles,/ donde todos los días crucifican su dignidad. Esta clamorosa constatación, no es más que el fiel reflejo de que en el Perú las instituciones son puramente formales, que no significan garantía para nadie, salvo para aquel que lo controla. Con los poderes del Estado totalmente sometidos al Ejecutivo, sin debates, como en los viejos tiempos del fujimorismo, en absoluto no quiere escuchar ni hacer respetar las demandas del pueblo.
Cerrar el paso a la corrupción y la impunidad es imprescindible, pero no basta denunciarla. Es necesario fortalecer y exigir a las instituciones y organismos encargados de ejercer el control y la aplicación de sanciones ejemplarizadoras con mecanismos eficaces de fiscalización que permitan detectar a tiempo e impedir su desarrollo. Hay que luchar contra esta realidad asfixiante, de otro modo estaríamos aceptando resignados ver como se entroniza lo que Hannah Arendt llamaba la “banalidad del mal”.
No hay peligro más grave para la democracia que la impunidad, que devora el capital político, social y moral de un país, y abre las puertas para la presencia devastadora de esa delincuencia de cuello y corbata. Es tiempo de exigir cuentas a quiénes tienen la responsabilidad de prevenir, investigar y sancionar esta peste social.
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