En el libro de Hanah Arendt “Hombres en tiempos oscuros”, se lee “Aún en los días más negros tenemos el derecho de esperar alguna iluminación; y que tal iluminación no viene de teorías y conceptos, sino de la débil, insegura y parpadeante luz de hombres y mujeres que en sus vidas y sacrificios encendieron ese haz de luz para mirar los errores de quiénes atenten contra la dignidad de los seres humanos, y así evitar otros errores en el futuro”. Estas palabras fueron publicadas en 1935 cuando los horrores del régimen nazi estaban muy presentes en la conciencia de la humanidad.
Esta cita viene a propósito para remarcar el rostro trágico del Perú que subyace en la conciencia nacional, llena de episodios de dolor, de silencios, engaños y de conformismos con una realidad injusta, donde al mismo tiempo la pobreza, la marginación y la explotación causada por unos pocos sobre las grandes mayorías nacionales, configuran esa violencia estructural, fuente de muchas protestas y exigencias.
En este contexto la inicial negativa del Presidente García a aceptar el generoso donativo de dos millones de dólares del gobierno de Alemania para la construcción de un Museo a la Memoria en el Perú, - habiéndose rectificado a la fecha, con la consiguiente designación de una comisión ad hoc presidida, por el escritor Mario Vargas Llosa, quien aupado a rabiar por esa prensa amarilla manejada por el neoliberalismo imperante, últimamente se ha dedicado a encender fogatas de insultos en contra de los que apuestan y promueven la justicia e inclusión social de quienes inmemorialmente siempre fueron marginados y explotados en nuestra vieja y caduca América - esta inicial actitud gubernamental, aparentemente dubitativa es plenamente coherente con el peso de la conciencia tanto del presidente como la aquiescente aceptación del escritor.
Los fantasmas de las víctimas de Lurigancho y el Frontón, posiblemente tienen mucho que ver con la inicial negativa presidencial, pues el año 1986, al amparo de la oscuridad de la madrugada y cuando los presos ya se habían rendido, se incurrieron en masacres espantosos.
En Lurigancho se acribilló, uno a uno, a los internos que iban saliendo por un boquerón; y en la isla el Frontón, simplemente se practicó aquella infame acción de la tierra arrasada, se bombardeó por aire y tierra. Más de 300 personas fueron asesinadas de manera alevosa y sanguinaria.
Igualmente, seguramente el presidente García tiene miedo de ver las fotografías y los indicios donde aparece en primera fila ante 63 cadáveres emerreristas, en su mayoría adolescentes y jóvenes, caídos en Los Molinos (Huancayo) en abril 1989, en un enfrentamiento en que no hubieron heridos ni prisioneros. Es difícil callar o intentar ocultar, hechos de esta índole, que han ocurrido impunemente en el Perú, que han horrorizado al mundo.
En el caso del escritor Vargas Llosa tiene pendiente la responsabilidad de esclarecer la muerte de los periodistas en Uchuraccay ocurrido el 26 de enero de 1983, pues aquellos años presidió la Comisión Investigadora nombrada por el entonces Presidente de la República Arq. Fernando Belaúnde Terry.
Si queremos realmente curar las heridas que siguen abiertas en las familias de las víctimas, causados por los miembros de las FF.AA y la Policía Nacional, así como los alzados en armas (Sendero Luminoso y RMTA). Si realmente queremos refundar una nueva Patria, con derechos plenos para todos, todos tenemos que sumar esfuerzos y demostrar la transparencia y la buena intencion en nuestros actos.
Hemos vivido tiempos de verguenza nacional
No es sencillo ni fácil hablar de justicia y verdad, especialmente para los pueblos que han confrontado esa violencia dolorosa que se posesionó en el país durante las décadas 80 y 90 del siglo pasado.
Hemos recorrido y vivido años muy duros, oscuros e inciertos; y lo que hoy subyace en la memoria de muchos peruanos es el miedo a volver a vivir aquellos años difíciles. En las costillas de ese temor, el recuerdo del ser querido, muerto o desaparecido, sigue doliendo en el alma de muchos peruanos.
Hemos vivido un tiempo de vergüenza nacional, marcado de horror y deshonra para el Estado, un período signado por la violencia, la muerte y la impunidad. En esta realidad, el solo hecho de pronunciar el nombre de Ayacucho, es como poner el dedo en las dolorosas llagas de un pueblo que ha sufrido como ninguno, donde el llanto de una madre que sigue reclamando al hijo ausente o al esposo asesinado, sigue asomando cual lluvia que humedece calles y templos.
En esa memoria dolorosa está escrita la muerte de más de 69,000 peruanos, víctimas de una lucha fratricida e irracional que asoló el país. En las retinas de numerosas familias siguen lacerantes la desaparición de miles de hombres y mujeres, la violación de humildes campesinas, el desplazamiento o migración interna de más de 300 mil familias que huyeron compulsivamente de la violencia.
En el fondo, creemos que las intenciones de quiénes generosamente quieren auspiciar la creación del aludido museo es precisamente para honrar la memoria de tantos mártires y víctimas inocentes de esa violencia que nunca debió producirse en el país, y es deber de un presidente reafirmar los mecanismos de participación y esa integración tantas veces exigida, en tal propósito demandamos un liderazgo que permita al país crecer para todos, y no para que unos cuantos puedan beneficiarse de esta democracia que tanto nos costó rescatarla y defenderla, es hora de gobernar con tolerancia y transparencia en la anhelada búsqueda de la reconciliación, que nos permita a todos, sin ninguna exclusión acceder y compartir nuestros derechos y deberes.
Sólo desde la verdad podemos caminar al perdón, la reconciliación y la reconstrucción de nuestra identidad resquebrajada. Este camino exige aunar los esfuerzos de todos los sectores sociales para recuperar esa seguridad básica para compartir una vida digna.
Esta cita viene a propósito para remarcar el rostro trágico del Perú que subyace en la conciencia nacional, llena de episodios de dolor, de silencios, engaños y de conformismos con una realidad injusta, donde al mismo tiempo la pobreza, la marginación y la explotación causada por unos pocos sobre las grandes mayorías nacionales, configuran esa violencia estructural, fuente de muchas protestas y exigencias.
En este contexto la inicial negativa del Presidente García a aceptar el generoso donativo de dos millones de dólares del gobierno de Alemania para la construcción de un Museo a la Memoria en el Perú, - habiéndose rectificado a la fecha, con la consiguiente designación de una comisión ad hoc presidida, por el escritor Mario Vargas Llosa, quien aupado a rabiar por esa prensa amarilla manejada por el neoliberalismo imperante, últimamente se ha dedicado a encender fogatas de insultos en contra de los que apuestan y promueven la justicia e inclusión social de quienes inmemorialmente siempre fueron marginados y explotados en nuestra vieja y caduca América - esta inicial actitud gubernamental, aparentemente dubitativa es plenamente coherente con el peso de la conciencia tanto del presidente como la aquiescente aceptación del escritor.
Los fantasmas de las víctimas de Lurigancho y el Frontón, posiblemente tienen mucho que ver con la inicial negativa presidencial, pues el año 1986, al amparo de la oscuridad de la madrugada y cuando los presos ya se habían rendido, se incurrieron en masacres espantosos.
En Lurigancho se acribilló, uno a uno, a los internos que iban saliendo por un boquerón; y en la isla el Frontón, simplemente se practicó aquella infame acción de la tierra arrasada, se bombardeó por aire y tierra. Más de 300 personas fueron asesinadas de manera alevosa y sanguinaria.
Igualmente, seguramente el presidente García tiene miedo de ver las fotografías y los indicios donde aparece en primera fila ante 63 cadáveres emerreristas, en su mayoría adolescentes y jóvenes, caídos en Los Molinos (Huancayo) en abril 1989, en un enfrentamiento en que no hubieron heridos ni prisioneros. Es difícil callar o intentar ocultar, hechos de esta índole, que han ocurrido impunemente en el Perú, que han horrorizado al mundo.
En el caso del escritor Vargas Llosa tiene pendiente la responsabilidad de esclarecer la muerte de los periodistas en Uchuraccay ocurrido el 26 de enero de 1983, pues aquellos años presidió la Comisión Investigadora nombrada por el entonces Presidente de la República Arq. Fernando Belaúnde Terry.
Si queremos realmente curar las heridas que siguen abiertas en las familias de las víctimas, causados por los miembros de las FF.AA y la Policía Nacional, así como los alzados en armas (Sendero Luminoso y RMTA). Si realmente queremos refundar una nueva Patria, con derechos plenos para todos, todos tenemos que sumar esfuerzos y demostrar la transparencia y la buena intencion en nuestros actos.
Hemos vivido tiempos de verguenza nacional
No es sencillo ni fácil hablar de justicia y verdad, especialmente para los pueblos que han confrontado esa violencia dolorosa que se posesionó en el país durante las décadas 80 y 90 del siglo pasado.
Hemos recorrido y vivido años muy duros, oscuros e inciertos; y lo que hoy subyace en la memoria de muchos peruanos es el miedo a volver a vivir aquellos años difíciles. En las costillas de ese temor, el recuerdo del ser querido, muerto o desaparecido, sigue doliendo en el alma de muchos peruanos.
Hemos vivido un tiempo de vergüenza nacional, marcado de horror y deshonra para el Estado, un período signado por la violencia, la muerte y la impunidad. En esta realidad, el solo hecho de pronunciar el nombre de Ayacucho, es como poner el dedo en las dolorosas llagas de un pueblo que ha sufrido como ninguno, donde el llanto de una madre que sigue reclamando al hijo ausente o al esposo asesinado, sigue asomando cual lluvia que humedece calles y templos.
En esa memoria dolorosa está escrita la muerte de más de 69,000 peruanos, víctimas de una lucha fratricida e irracional que asoló el país. En las retinas de numerosas familias siguen lacerantes la desaparición de miles de hombres y mujeres, la violación de humildes campesinas, el desplazamiento o migración interna de más de 300 mil familias que huyeron compulsivamente de la violencia.
En el fondo, creemos que las intenciones de quiénes generosamente quieren auspiciar la creación del aludido museo es precisamente para honrar la memoria de tantos mártires y víctimas inocentes de esa violencia que nunca debió producirse en el país, y es deber de un presidente reafirmar los mecanismos de participación y esa integración tantas veces exigida, en tal propósito demandamos un liderazgo que permita al país crecer para todos, y no para que unos cuantos puedan beneficiarse de esta democracia que tanto nos costó rescatarla y defenderla, es hora de gobernar con tolerancia y transparencia en la anhelada búsqueda de la reconciliación, que nos permita a todos, sin ninguna exclusión acceder y compartir nuestros derechos y deberes.
Sólo desde la verdad podemos caminar al perdón, la reconciliación y la reconstrucción de nuestra identidad resquebrajada. Este camino exige aunar los esfuerzos de todos los sectores sociales para recuperar esa seguridad básica para compartir una vida digna.
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