Editor: Antenor Maraví
Confidencias en Alta Voz: Aula Precaria. ¿Farenheit 451 en el Perú?

domingo, 21 de septiembre de 2008

Aula Precaria. ¿Farenheit 451 en el Perú?



Luis Jaime Cisneros

Sesenta años atrás, un texto escolar sólo podía ofrecer oportunidades para memorizar información. El maestro repetía lo consignado en los libros, y nos premiaban cuanto más pegados al texto mostrásemos haber aprovechado la lección. Repetir era aparentemente sinónimo de comprender. Los entrenados en asuntos pedagógicos sabemos ahora cuán necesario era que el alumno aprendiera a razonar; y ahora, a medida que va finalizando sus estudios secundarios, reconocemos cuán beneficioso le ha sido reconocer y apreciar los valores, y cómo lo reconforta haberse descubierto capaz de asumir su independencia de criterio.
La duda y el debate son ahora, por fin, vías indispensables para conocer el conocimiento. Estos nuevos servicios del texto escolar requieren la indispensable tutela del maestro. Hay que enseñar al alumno la diferencia esencial entre memorizar y comprender. Para memorizar, bastaba con repetir. Para comprender, hay que arriesgar dudas y aciertos, hay que debatir, hay que verificar.
De otro lado, hemos aprendido que todos los alumnos no son iguales, y por eso todo libro está expuesto a varias clases de lectores, y es el maestro quien debe discernir cómo debe cada cual manejar su texto. Cuando un equipo docente asume la preparación de un texto escolar, sabe muy bien que entre el libro y el lector se halla, previsora, la ayuda magisterial. NORMA es un grupo editorial con gran experiencia en textos escolares.
Aclarar esto me ha parecido necesario para expresar mi desconcierto ante el encargo que la Tercera Fiscalía Penal Supraprovincial ha hecho a la DIRCOTE de opinar sobre supuestos contenidos proterroristas contenidos en el texto CIENCIAS SOCIALES que la citada editorial ha publicado para el 5to año de secundaria. No han formulado esa suposición ni los doctores en Educación. ¿Por qué se pide opinión sobre asuntos pedagógicos a reconocidos especialistas en temas sustancialmente distintos? No conozco ningún informe público de la autoridad policial sobre los libros de texto de Sendero Luminoso.
Los libros de texto tienen hoy competidores flagrantes en la televisión. La escuela y sus textos tienen que competir diariamente con estos proveedores de información; y deben preocuparse los maestros porque el alumno distinga bien entre información y conocimiento. La información no invita al análisis, y ni siquiera ofrece la probable perspectiva de la duda. El conocimiento es el fruto a que llegamos tras vencer y someter a análisis la duda. Eso enseña el libro cuando hemos aprendido a leerlo. Esta lectura no busca repeticiones sino comprensión. La profundidad del análisis a que se somete una información está relacionada con la vía comunicativa por la que nos llega la información. Radio y televisión cuentan con que oigamos bien: la resonancia de los acontecimientos satisface al oyente y lo exime de analizar y discutir valores. Cuando hemos comprendido, tras una lectura analítica, los hechos, la calidad de la información es distinta.
Para juzgar un libro de texto, todo esto es necesario. Los maestros lo saben bien. En mi época escolar (y reconozco que es un lujo de mi memoria) nos enseñaban a analizar y discutir las noticias de los diarios: recuerdo cómo condenamos la invasión de Etiopía por los italianos y cómo fui partidario del general Estigarribia en la guerra del Chaco. Los diarios eran nuestros libros, y no teníamos idea de que Ciencias Sociales sería más tarde el nombre de una disciplina. En los libros de historia tomábamos noticia y juzgábamos hechos bien antiguos: los profesores insistían en que esos conocimientos servían para incorporarnos a una tradición, de la que éramos herederos.
Un libro de Ciencias Sociales nos tiene que obligar a comprobar que los cambios son diarios y lentos, y nos explican también por qué a nosotros mismos hoy nos parece explicable lo que días atrás nos había parecido inexplicable. De los hechos históricos no hemos sido ni testigos ni protagonistas. Y ahora no puede el alumno que lee su texto escolar evitar de reconocerse protagonista o testigo, voluntario o involuntario, de lo que ocurre en su entorno. Y no puede eximirse de opinar.

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