Editor: Antenor Maraví
Confidencias en Alta Voz: La sentencia de González Prada:No cesa de perseguirnos

domingo, 29 de noviembre de 2009

La sentencia de González Prada:No cesa de perseguirnos


Antenor Maraví Izarra

No importan los años transcurridos, la vieja y terrible frase del célebre autor de “Horas de lucha”: Dn. Manuel González Prada, no cesa de perseguirnos como una acusación. Donde se pone el dedo brota pus. Tantas veces la hemos repetido, como si al hacerla nuestra y convertirnos, también en acusadores, pudiésemos menguar la responsabilidad que nos corresponde.
Como alguna vez señaló el recordado periodista Guillermo Thorndike, una podre cotidiana nos cubre y nos infecta. En esa realidad, los niños de hogares pobres son los más vulnerables, todos los días se mueren abrazados al infortunio de sus padres, y se mueren simplemente porque sus padres no tienen plata para comprarles los medicamentos. Igual destino protagonizan los ancianos indigentes como el caso de Antonio Mamani que murió en literal abandono en las puertas del Area de Emergencia del ex Hospital Regional de Ica (actualmente en demolición debido al devastador terremoto del 2007). Este anciano falleció afectado por tuberculosis aguda, quien luego de un inútil intento de hospitalización murió como cualquier animal abrazado a su terrible exclusión social y humanitaria. Como diría Eduardo Galeano, se fue cargado por el viento de los nadie, jodido, y abandonado.
En esa hilera de los excluidos, que paradójicamente son la mayoría que los ojos de los gobernantes de turno no quieren mirar, los que no tienen un techo donde guarecerse, los desocupados, aquellos que cargan diariamente la pesada cruz de la extrema pobreza, los que sufren de manera permanente el torcimiento de las leyes. Los niños que trabajan, los hombres y mujeres desplazados por la violencia que hasta ahora no pueden cobrar sus derechos de reparación social, los miles de afectados por el terremoto que siguen durmiendo en carpas de estera y cartones sin recibir el apoyo de las organizaciones estatales, presos políticos sin derechos a la reinserción social, víctimas de crueles cacerías de brujas e interminables espasmos y amenazas macartistas como en los viejos tiempos de Torquemada. Maestros adocenados sin visión ni planificación gubernamental, humillados y maltratados, como es el caso reciente de los exámenes donde alevemente los funcionarios del Ministerio de Educación subastaron las notas. Y lo más grave es el condenable caso del oscuro manejo del donativo de 750 mil dólares efectuado por los maestros de México como apoyo a los docentes damnificados de la región Ica, que nunca llegó a su destino( Son tantos los lodazales cada vez más crecientes y al mismo tiempo enervantes de este remolino que nos acosa sin cesar).
Pero lo que raya este meridiano asfixiante es la reciente noticia sobre la cobranza de Un millón 600 mil Nuevos soles, efectuado por el presidente García por concepto de pensiones y devengados dejados de percibir durante los diez años que estuvo fuera del país, y lo extraño es que este suculento pago fue guardado en un baúl de siete llaves, lacrado por pactos y conciliábulos. Ese es el país que hoy se bambolea cantante y sonante entre faenones con olor a petrodólares y audios disímiles, de silencios cómplices, burdos espionajes, cortinas de humo y giros de amnesia e impunidad constante.
¿Es este el Estado de derecho y la democracia por el que el pueblo peruano, tantas veces se ha fajado y enfrentado los días más aciagos que reiteradas dictaduras y gobernantes autoritarios convirtieron el país en sus granjerías y aposentos de interminables prebendas?, ¿en todo caso, la pregunta es, si ha existido ese equilibrio de poderes, donde la autonomía y la independencia en la decisión de cada poder del Estado, haya representado al fiel de la balanza de un gobierno democrático?.
La respuesta es negativa. En los 189 años de nuestra vida republicana, desde la primera Constitución promulgada en 1823 hasta la Carta de 1993, o sea la actual Constitución. La terrible sentencia de Manuel González Prada, pronunciada hace más de un siglo, sigue latente con su doloroso peso acusador. No ha servido para corregir nuestros males. Al contrario, de acuerdo a las circunstancias y el accionar de los gobernantes enfrentó altibajos y tiempos difíciles y vergonzantes, hubo largos eclipses que impidieron ver esa anhelada luz democrática.
Sólo en tanto aspiremos a una sociedad en la cual el poder central tenga límites, solo cuando la redistribución de los recursos nacionales se orienten al desarrollo sostenido de las regiones y atiendan la demanda social de las grandes mayorías nacionales y se respete la participación de todos sin sectarismos ni torpes marginaciones, sólo cuando entendamos que cuanto mayor sea la libertad de opinión será menor el ejercicio abusivo y arbitrario del poder. Es decir, aspiramos a una cultura donde la solidaridad y preocupación por el otro no sea el atributo solo de algunos, sino la suma de todos en la búsqueda permanente del respeto a los derechos humanos en la exigibilidad y la integralidad plena del bien común, entonces talvez estaríamos dándole sentido a la promesa del Perú como país democrático.

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