Editor: Antenor Maraví
Confidencias en Alta Voz

jueves, 19 de marzo de 2009

Negativa a la creación del Museo de la Memoria:



Tiempos de infamia y oscurantismo



Antenor Maraví Izarra


En el libro de Hanah Arendt “Hombres en tiempos oscuros”, se lee esta estrofa: “Aún en los días más negros tenemos el derecho de esperar alguna iluminación; y que tal iluminación no viene de teorías y conceptos, sino de la débil, insegura y parpadeante luz de hombres y mujeres que en sus vidas y sacrificios encendieron ese haz de luz para mirar los errores de quiénes atenten contra la dignidad de los seres humanos, y así evitar otros errores en el futuro”. Estas palabras fueron publicadas en 1935 cuando los horrores del régimen nazi estaban muy presentes en la conciencia de la humanidad.
Esta cita viene a propósito para remarcar el rostro trágico del Perú que subyace en la conciencia nacional, llena de episodios de dolor, de silencios, engaños y de conformismos con una realidad injusta, donde al mismo tiempo la pobreza, la marginación y la explotación causada por unos pocos sobre las grandes mayorías nacionales, configuran esa violencia estructural, fuente de muchas protestas y exigencias.
En este contexto la negativa del Presidente García a aceptar el generoso donativo de dos millones de dólares del gobierno de Alemania para la construcción de un Museo a la Memoria en el país, aparentemente para muchos es pueril y absurdo; pero lo cierto es que su actitud y de quiénes hacen coro, es plenamente coherente al peso de la conciencia.
Los fantasmas de las víctimas de Luringancho y el Frontón, posiblemente tienen mucho que ver con esta negativa presidencial, pues el año 1986, al amparo de la oscuridad de la madrugada y cuando los presos ya se habían rendido, se incurrieron en masacres espantosos.
En Lurigancho se acribilló, uno a uno, a los internos que iban saliendo por un boquerón; y en la isla el Frontón, simplemente se practicó aquella infame acción de la tierra arrasada, se bombardeó por aire y tierra. Más de 300 personas fueron asesinadas de manera alevosa y sanguinaria.
Igualmente, seguramente el presidente García tiene miedo de ver las fotografías y los indicios donde aparece en primera fila ante 63 cadáveres emerreristas, en su mayoría adolescentes y jóvenes, caídos en Los Molinos – Huancayo en abril 1989, en un enfrentamiento en que no hubieron heridos ni prisioneros. Es difícil callar o intentar ocultar, hechos de esta índole, que han ocurrido impunemente en el país, que han horrorizado al mundo.
Si queremos realmente curar las heridas que siguen abiertas en las familias de las víctimas, sean estos miembros de las FF.AA y la Policía Nacional, y los alzados en armas (Sendero Luminoso y RMTA). Si queremos refundar una nueva escala de valores humanos y ética en el país, todos tenemos que sumar esfuerzos.

Hemos vivido tiempos de verguenza nacional

No es sencillo ni fácil hablar de justicia y verdad, especialmente para los pueblos que han confrontado esa violencia dolorosa que se posesionó en el país durante dos décadas.
Hemos recorrido y vivido años muy duros, oscuros e inciertos; y lo que hoy subyace en la memoria de muchos peruanos es el miedo a volver a vivir aquellos años difíciles. En las costillas de ese temor, el recuerdo del ser querido, muerto o desaparecido, sigue doliendo en el alma de muchos peruanos.
Hemos vivido un tiempo de vergüenza nacional, marcado de horror y deshonra para el Estado, un período signado por la violencia, la muerte y la impunidad. En esta realidad, el solo hecho de pronunciar el nombre de Ayacucho, es como poner el dedo en las dolorosas llagas de un pueblo que ha sufrido como ninguno, donde el llanto de una madre que sigue reclamando al hijo ausente o al esposo asesinado, sigue asomando cual lluvia que humedece calles y templos.
En esa memoria dolorosa está escrita la muerte de más de 69,000 peruanos, víctimas de una lucha fratricida e irracional que asoló el país. En las retinas de numerosas familias siguen lacerantes la desaparición de miles de hombres y mujeres, la violación de humildes campesinas, el desplazamiento o migración interna de más de 300 mil familias que huyeron compulsivamente de la violencia.
En el fondo, creemos que las intenciones de quiénes generosamente quieren auspiciar la creación del aludido museo es precisamente para honrar la memoria de tantos mártires y víctimas de esa violencia que nunca debió producirse en el país, y es deber de un presidente reafirmar los mecanismos de participación y esa integración tantas veces exigida, en tal propósito demandamos un liderazgo que permita al país crecer para todos, y no para que unos cuantos puedan beneficiarse de esta democracia que tanto nos costó rescatarla y defenderla, es hora de gobernar con tolerancia y transparencia en la anhelada búsqueda de la reconciliación, que nos permita a todos, sin ninguna exclusión acceder y compartir nuestros derechos y deberes.
Sólo desde la verdad podemos caminar al perdón, la reconciliación y la reconstrucción de nuestra identidad resquebrajada. Este camino exige aunar los esfuerzos de todos los sectores sociales para recuperar esa seguridad básica para compartir una vida digna.

Por qué y para qué la reconciliación?

El perdón y el arrepentimiento responden a voluntades, a valores, a ética, y fundamentalmente donde los gobernantes deben escuchar y respetar la voz del pueblo, gobernar no es imponer ni expedir dispositivos para atentar contra sus derechos. Es equidad, justicia y constante reafirmación en la búsqueda del bienestar y la defensa de la dignidad humana.
Reconciliar es volver a establecer un pacto de común acuerdo que satisfaga a todos, sean estos civiles o militares. En los casos de hechos de sangre, asesinatos, violaciones, torturas y desapariciones, reconciliar significa: Que los afectados por estos hechos colmen su sed de justicia, que se liberen del sentimiento de venganza. Que quiénes cometieron los delitos, reconociendo su falta obtengan el perdón que les quita el cargo de conciencia y los devuelva a su comunidad a plenitud.
La reconciliación supone hacer un camino nuevo que se construye sobre la verdad, la justicia y el perdón. No es el simple olvido de la falta por parte del ofendido, sino que exige, por parte del ofensor, el reconocimiento de la culpa, la reparación del daño y saber aceptar la sanción. Ese camino de reconciliación exige unir esfuerzos de todos los sectores sociales para poder recuperar la seguridad básica para una vida digna, ir a las raíces de nuestra identidad como pueblo y como persona. Tenemos que buscar mecanismos de entendimiento y ese haz de luz de Hanah Arendt que nos permita gritar: ¡Por un nunca más!

No hay comentarios: